Los nacimientos nunca son algo fortuito. A diferencia del momento de la
concepción, por supuesto. Y digo esto porque, generalmente, en la concepción
suelen intervenir impulsos, deseos o instintos arrolladores, que nos empujan a
hacer, decir o pensar algo concreto, sin que nos paremos a pensar absolutamente
en nada que no sea hacer, decir o pensar algo concreto. En cambio, los
nacimientos son algo mucho más pausado. Para cuando llega su momento, hemos
tenido un periodo de tiempo, más o menos extenso, para reflexionar sobre la
pertinencia de que ocurra. Y, si creemos que hay más ventajas que
inconvenientes, o que las primeras compensarán los segundos, permitimos su
producción.
Hace no mucho pensaba que en ciertos asuntos era bastante fácil
distinguir si era apropiado o no dejar que se produjera un nacimiento. Ahora mi
opinión es muy diferente. Puede que, en ciertos temas, siempre podamos contar
con la existencia de esa línea divisora entre la decisión polémica y la
decisión generalmente aceptada. Pero en todo caso, nunca será una decisión
fácil. Y, desde mi punto de vista, creo que la dificultad vendrá siempre
determinada por dos factores:
- En primer lugar, la intimidad. El nacimiento de algo es siempre una
invasión de nuestra intimidad. Consentida, eso sí, pero invasión en todo caso,
porque permitimos que se muestre al mundo algo personal, algo que es sólo
nuestro. Y no siempre el mundo está de acuerdo o ve con buenos ojos lo que
mostramos. La verdad es que hoy en día podemos contar con la seguridad de que habrá
más posibilidades de abucheos que de aplausos. Así que, permitir que nazca
algo, siempre requiere asumir el riesgo de la desaprobación, el señalamiento y
la burla de aquellos que lo vean,
- En segundo lugar, la responsabilidad. Eso que nace no somos nosotros,
pero es parte de nosotros, por lo que depende de nosotros no sólo su
existencia, sino también su bienestar. Asumimos un compromiso con una esperanza
de vida que a veces supera la nuestra, y otras veces la iguala. De cualquier
forma, somos conscientes de que si su existencia fue nuestra decisión, que deje
de existir también será asunto nuestro en muchos casos.
Todas estas reflexiones, aunque puedan ser aplicadas a diferentes temas,
surgieron como consecuencia de la concepción de este blog. Algunos, sin duda,
pensarán que es un tema pueril que no merece este tipo de pensamientos. No
obstante, yendo por delante que rara vez controlamos en que pensar y pocas
veces lo que pensamos, no comparte que sea algo tan trivial. De hecho, no creo
que sea trivial en absoluto. En un mundo como el que vivimos, donde cualquier
descerebrado puede proclamar la importancia de su opinión en los medios de
comunicación, intoxicando mentes en formación con ideas erróneas, preconcebidas
e intolerantes, conseguir un espacio propio donde expresarse me parece algo
bastante serio. Y ésa es la razón de que este blog nazca hoy. No nace con
pretensiones revolucionarias, más allá de la revolucionaria idea de expresar lo
que uno piensa, aún cuando vaya en contra del sentir general de la sociedad. Ni
siquiera puedo proclamar que su estandarte sea la justicia, puesto que no
persigue más justicia que la de permitirme alzar la voz. Su única pretensión,
la razón que motiva y determina su nacimiento, es la necesidad imperiosa de
crear un espacio donde yo, como persona individual dentro de la sociedad, pueda
manifestar lo que pienso.
Todos hemos oído alguna vez la famosa frase de Sir Francis Bacon: “La
ocasión hay que crearla, no esperar a que llegue”. Yo, al menos, me he
tropezado con ella en muchas ocasiones a lo largo de mi vida. Lo curioso es que
jamás me ha producido el impacto que me produjo hace unas semanas. Era un día
como tantos, en los que me encontraba hastiada de escuchar noticias manipuladas
en los medios, opiniones incoherentes de personas que determinan el devenir de
los países, etc., leyendo por encima un libro de frases célebres, apareció. Y
entonces surgió la idea: ¿Y si hago un blog? Y luego, vinieron las reflexiones
sobre las consecuencias de hacerlo. Y finalmente, aquí está. Con la promesa de
aceptar todo aquello que yo vierta en él. Sin preguntas, ni reproches, ni
juicios. Con el único objetivo de ser mi desahogo, mi refugio, mi lugar sagrado
donde alzar la voz, no en el sentido que se le da hoy en día al término, ese
que implica gritos, amenazas e insultos, sino en el sentido firme y sosegado
que aún conserva para ciertas personas.
No habrá tema en este blog que haga de hilo conductor del mismo, más allá
de la persona que lo escribe. Lo que sí debe estar presente en cada una de sus
entradas es la sinceridad de las opiniones expresadas y la convicción de que
las palabras siguen siendo la mayor fuerza del ser humano. Y eso es el
compromiso que suscribo hoy, conmigo mismo y con este blog.
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