domingo, 30 de diciembre de 2012

Los verdugos de la masacre


Desde hace un tiempo, vengo observando que ciertas palabras empiezan a rechinarme en los labios y los oídos. Palabras que antes significaban algo hermoso, empiezan a transformarse en sombras siniestras de lo que antaño fueron. Una de ellas es “humanidad”. Los medios se la adjudican a cualquier persona que realice una buena acción, sin importar su origen o el calibre de su hazaña, las ONGs nos animan durante el año a colaborar en causas “humanitarias”.  Incluso la RAE, entre sus variadas acepciones, recoge la siguiente: “sensibilidad, compasión de las desgracias de nuestros semejantes”. Sin importar donde acudas, el sentido de la palabra humanidad siempre te ofrece connotaciones positivas.

 

Entonces, ¿por qué no me cuadra? ¿Qué me impide quedarme satisfecha? Porque lo cierto es que, a pesar de todo lo anterior, me siento incómoda con esa palabra, con el sentido que todos creen que tiene, y no consigo saber el motivo. O más bien, no conseguía saberlo, hasta el pasado 9 de Diciembre, en que Juan Carlos Izaguirre, alcalde de San Sebastián y miembro consagrado de Bildu, despejó todas mis dudas. El señor Izaguirre realizó un homenaje a las “víctimas del conflicto” arrojando flores al mar. Un gesto muy humano, sin duda. Como humanas fueron sus posteriores palabras, en las que expresaba que dicho gesto era “en memoria de todas las víctimas de la vulneración de los derechos humanos como consecuencia del conflicto”. Llegados a este punto, podemos sumar las palabras “víctima” y “conflicto” al malestar sentido por “humanidad”.Y si me apuran, tampoco me gusta demasiado “vulneración de los derechos humanos”. Qué caramba, la frase entera desentona y huele a podrido, la pongas como la pongas y sea cual sea el tono en que se diga.

 

Y esto es así, por el mismo motivo por el que humanidad ha dejado se significar lo que la RAE defiende. El ser humano, ese dechado de virtudes, esa creación esplendorosa de Dios antaño, en los tiempos actuales más parece obra del mismísimo Diablo. La compasión brilla por su ausencia, la sensibilidad hace tiempo que padece el síndrome de Asperger, no encontraríamos la vergüenza ni con mapa, y la dignidad es sólo un ingrediente literario más de las leyendas del rey Arturo y sus caballeros. ¿Cómo si no puedo explicarme que se toleren frases y gestos como los del señor Izaguirre? Víctima, desde tiempos inmemoriales, es quien sufre de otro una agresión ilegítima. Es decir, que te pongan un coche bomba por expresar tus ideas. O que te encierren días y días en un zulo, torturándote, para luego dejarte tirando en una zanja con un tiro en la nuca. O que te asalten dos pistoleros en la calle, acribillándote a tiros a tí, a tu familia, a tu guardaespaldas, y a San Pedro si se digna a bajar del cielo en ese momento. Eso, señor Izaguirre, es una víctima. El que usa la pistola en todas esas acciones, el que las planea, el que se regodea en ellas, el que se enorgullece, es un verdugo, un ejecutor, un asesino y un cobarde, pero no es ni será jamás una víctima.

 

Y ya que estamos dejando claro lo que significan las palabras, tampoco conflicto es el término adecuado para la matanza que la banda terrorista a la que tanto apoya su partido político ha llevado a cabo en nuestro país. Un conflicto es una confrontación armada, al menos, en la acepción que usted quiere expresar. Es decir, que cuando sus queridos pistoleros iban a pegarles un tiro a las pobres víctimas, éstas hubieran respondido de la misma manera: bala por bala. El término que expresa el horror y la sinrazón que nos han hecho padecer es “masacre”, donde una parte se dedica a exterminar a la otra que, indefensa, no puede defenderse con la misma eficacia mortal. Por último, me queda “vulneración de los derechos humanos”. ¿Qué derechos humanos se les ha negado? ¿El derecho a la vida, a la libertad, a la libre expresión en un estado democrático y siguiendo las reglas del juego? ¡Ahm, no! Ya me acuerdo, que lo que se les ha negado es convertir su territorio en ciudad sin ley, porque eso y no otra cosa es lo que implica la independencia para ustedes. Claro, es lógico que negándoles eso, no hayan tenido más remedio que sesgar vidas de manera indiscriminada y sin remordimiento alguno. Todo por la causa, incluida la dichosa humanidad.

 

Porque, seamos sinceros, eso es ahora “humanidad”. No es sentir compasión por el mal ajeno, ni sensibilizarse con el dolor de otro. Es aplastar a quien se ponga por delante para conseguir lo que quieres. Es cerrar los oídos ante las lecciones de democracia que los terroristas nos lanzan desde sus escaños. Y ya que estamos, cerrar los ojos para no ver que las instituciones del Estado le dan la mano a aquello contra lo que juraron luchar. Es ningunear a las familias de las víctimas, cediendo a las pretensiones de los verdugos en prisión. Ese, y no otro, es el sentido que el ser humano le da a la palabra “humanidad”. Y a mí no me parece justo, ni adecuado, ni correcto. Porque estoy poniendo al mismo nivel al que murió por defender mi libertad y al que mató por aplastarla. Al que le dio más importancia a las palabras y al que optó por silenciar a sangre y fuego. Al que dio lo más valioso que tenía, su vida, en pro de la vida de personas sin rostro, y al que no es capaz de dar nada.

No, señor Izaguirre, no. Usted es un ejemplo de que humanidad tiene acepciones que jamás deberían existir. Porque usted es el ejemplo de lo que la humanidad es ahora, en contraposición de lo que debería ser, de lo que fue un día. Pero no se equivoque, porque ustedes no han ganado nada. Nada que no se les pueda quitar, de la misma manera que ustedes arrebataron vidas. En un segundo, con determinación y sin pestañear. Tenga por seguro que hay personas que no creemos en sus palabras, en el sentido que quiere darles. Que no vamos a dejar que nos lave el cerebro con flores secas por los muertos. Deje usted a los muertos, y encárguese de los vivos. Entregue a sus queridos pistoleros, que cumplan sus penas íntegras, que pidan perdón (por si les sirve a los familiares de las víctimas), que entreguen todas sus armas y su dinero, y renuncie a su cargo. Usted y todos los que son como usted. Esos que profesan la religión del terror. Los que creen en la democracia del miedo. Los que piensan que las ideas mueren con las personas.

 

Puede que las instituciones hayan olvidado, o más bien, que no quieran recordar por miedo a volver a desatar la barbarie. Pero tenga por seguro una cosa, señor Izaguirre: yo no voy a olvidar. Y como yo, hay muchas más personas. Muchas más de las que ustedes son o serán jamás. Personas que contrajeron una deuda de sangre cada vez que ustedes asesinaban, torturaban o aniquilaban a quien osaba alzar la voz para defendernos a todos. Personas que, no lo olvide nunca, un día no muy lejano pueden estar en las instituciones que ahora se encuentran aletargadas. Y las despertarán, ya le digo yo que las despertarán. A cañonazos si es necesario. Y entonces no me gustaría ser ustedes, porque no habrá agujero en todo el planeta donde puedan esconderse.

 

No, señor Izaguirre, no. La paz que usted ofrece es la misma que la del animal harto de comer que desea descansar. En cuanto vuelva a tener hambre, ¡ay de las pobres y confiadas ovejas! En esas condiciones, no me sirve su paz, no tiene ningún valor su palabra y no creo en su compromiso para con la sociedad. El único compromiso sagrado para usted es el que tiene con sus queridos pistoleros, esos a los que como perros de caza, da órdenes para que le traigan a la presa conveniente. Pero yo sí tengo un compromiso sagrado. Uno que le debe sonar, porque lo forjó usted a fuego sin mi consentimiento. Es el pacto que usted jamás quiso hacer, y que, sin embargo, nació con  fuerza titánica. Y ese compromiso me impide hacer oídos sordos a sus continuas provocaciones, a su exaltación de los verdugos de la masacre, a su intento retorcido de manipularme con palabras donde ha cambiado usted el significado. Señor Izaguirre, no se equivoque conmigo, ni con nadie. Es cierto que en esta parte no hemos aprendido a usar pistolas, ni hemos planificado secuestros, ni hemos ejercido de torturadores. Pero en lo que se refiere a las palabras, somos los maestros que usted jamás llegará a ser. Porque las palabras no se dejan engañar por nadie, y usted no es la excepción. Ellas saben que no cree en su fuerza, ni en su valor, que son simple papel mojado en comparación con el sonido de un gatillo.

 

No obstante, yo sí creo en la fuerza de las palabras. Pregúntele  a un preso la diferencia entre “culpable” e “inocente” de boca de un juez, y verá si tienen fuerza. Pregúntele a un alumno la diferencia entre “aprobado” y “suspenso”, y verá si tienen relevancia. Pregúntele a un enfermo la diferencia entre “curado” y “terminal”, y verá si tienen poder. Las palabras alzan o hunden a las personas y al mundo que las rodea, y depende de quien las diga, el tamaño de ese mundo pasa de insignificante a relevante mundialmente. Por eso, y tenga el convencimiento de que yo lo digo sabiendo perfectamente lo que significa cada sílaba, quiero manifestarle que no acepto su palabra de que el conflicto ha terminado y no volverá a surgir. No aceptaré otra cosa que no sea la rendición sin condiciones, el cumplimiento de las penas, la desaparición total y sin vuelta atrás de sus queridos pistoleros, sus encubridores, sus financiadores, y todos aquellos que lo apoyan. No acepto que me laven el cerebro y me pidan que haga borrón y cuenta nueva. No acepto que retuerzan la palabra víctima para darle cabida a los asesinos. No lo acepto. Usted provocó que contrajera una deuda que un día, me obligaría a levantarme y decir no. Por eso, si bien ETA anunció hace más de un año el abandono definitivo de las armas, yo le anunció hoy que jamás renunciaré a las mías. No saldaré mi deuda hoy, ni mañana, ni pasado, pero llegará el día en que la salde. Téngalo presente.
 
 
 
 
 

domingo, 23 de diciembre de 2012

Esa noche especial


La Navidad es una época de grandes contrastes. Para los que somos creyentes, es tiempo de fe. Para el resto, es una fiesta de luces, colores y sonidos. Pero para todos, es época de paz y concordia. Intentamos ser mejores en estos quince o veinte días de lo que lo hemos sido en todo el año. Le deseamos felices fiestas a ese vecino que nos cae tan mal, escuchamos con paciencia a ese familiar verborreico que no soportamos, etc. No obstante, la Navidad tiene otra cara mucho menos amable. Porque también es Navidad para aquellos que no tienen nada, y que nada pueden esperar. Para los que no tienen con quien celebrarla, la celebrarán lejos de la familia o han perdido seres queridos. Teniendo esto en cuenta, no es de extrañar que se produzcan más suicidios que en cualquier otra época. Ni que para algunos, sean los días más amargos del año. Porque la Navidad, en última instancia, no tiene valor por sí misma. Como todo en la vida, reluce o pierde brillo dependiendo de con quién lo compartimos.

 

En mi caso, la Navidad sigue siendo una época de magia e ilusión, porque entre esos días se encuentra la noche más especial del año: Nochebuena. De niña, era noche de regalos, juegos y risas. Era, a la vez, la noche mas larga, por los regalos del día siguiente, y la más corta, por lo a gusto que me hacía sentir la compañía. Y algo mágico debe tener realmente la Navidad, porque después de tantos años, esa noche sigue siendo la más querida del año. Mi familia sigue reuniéndose, en el sentido amplio que para mí tiene la palabra, que abarca no sólo a padres y hermanos, sino a abuelos, tíos y primos. Nunca hay obstáculos para no estar, ni motivos que impidan disfrutar. Puedes sentir el amor y la alegría desde el primer saludo hasta la despedida. Y como todos tenemos la mejor de las disposiciones, esa que se lleva cuando deseas estar de corazón, las pequeñas riñas se convierten en meros intercambios de opinión que acaban en besos y abrazos.

 

Esa noche me hace recordar que soy, por encima de todo, una persona afortunada. Que poseo un tesoro de esos que no te dan ni el dinero, ni el tiempo, sino la suerte. No se puede controlar en que familia naces, pero a mí me tocó una en la que me querían, incluso antes de aprenderme sus nombres o de que supieran que clase de persona llegaría a ser. Y eso, a pesar de lo que crean muchas personas, no es algo cotidiano. Yo tuve que aprender muy pronto que los lazos de sangre, por sí solos, no significan nada. Que lo único que te ofrecen es la garantía de conocer a una serie de personas que, pase lo que pase, siempre tendrán ciertos títulos legales contigo. Pero no te aseguran el amor, ni el respeto, ni el apoyo de nadie. Si esas personas no te dan una oportunidad, o tú eres incapaz de aprovecharla, esos lazos ni significan nada. También conocí la otra cara, y aprendí que ciertas personas entran en tu vida y, aunque no estuvieran desde el principio, se ganan el lugar que otros despreciaron.

 

No, no es una época cualquiera, y esa no será nunca una noche más, porque es la que me da la oportunidad de abrazar a todas mis personas favoritas. A esas a las que me unió la suerte, pero que de haber podido elegir, seguirían siendo las mismas. Es la noche en la que doy gracias a Dios, dondequiera que esté, por permitirme crecer en una familia que me hace sentir querida por la persona que soy, aunque esté tan lejos de ser perfecta. Que me hace perdonarme mis defectos, que son muchos, y reconocer mis virtudes, sean las que sean. Que tienen sus manos extendidas hacia mí, mucho antes de yo levante la cabeza para buscarlas. Que no se sienten tan orgullosos de mis éxitos, como apenados por mis fracasos. Que dan consejos, pero no te dicen “te lo dije” si no los sigues. Que siempre escuchan lo que tengo que decir, y aunque sean tonterías, no te hacen sentir tonta. Son, como se diría aquí, “buena gente”. Personas excepcionales que me dieron un lugar en su vida y en sus corazones, mucho antes de que yo me lo hubiera ganado. Personas tan grandes, que te hacen mejor cuando las tienes alrededor, porque te ayudan a crecer. Son personas que me han enseñado a no rendirme, a buscar siempre la siguiente oportunidad, a enfrentarme a verdades dolorosas. Han sido amigos, profesores, médicos, psicólogos, confidentes y guardianes.

 

No lo digo casi nunca, y no se si lo demuestro con la suficiente claridad, pero son las personas a las que más quiero. Las que tendrán siempre un lugar en mi corazón. Serán las únicas para las que estaré siempre que me necesiten, sin que importe el horario o la distancia. Las que no tolero que critique nadie ajeno, aunque haya un ápice de verdad en la crítica. Son, en resumen, las que hacen que la palabra “familia” tenga un sentido pleno y absoluto. Por ellos, Nochebuena será siempre la noche más apreciada. Gracias, gente, por ser y estar, por vuestra presencia inmutable en mi vida, por querer y dejaros querer. Esta Nochebuena, como siempre, será un placer.
 
 
 
 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Consejeras de (des)educación

Nunca he tenido una mente científica. Durante mis años de estudio básico, donde he tenido que enfrentarme con asignaturas de dicha índole, mi torturado cerebro ha tenido que hacer esfuerzos descomunales para comprender los conceptos más sencillos. Esfuerzos que, dicho sea de paso, lo único que han conseguido es hacerme salir medianamente airosa, con notas que rayaban la mediocridad.



No obstante esta confesión, no me repugna la ciencia. Hay ramas dentro de ella por las que estoy absolutamente fascinada, y de las que podría escuchar hablar durante horas sin mostrar un ápice de aburrimiento. Eso sí, lo más seguro es que no sea capaz de retener todo lo que me exponen, y que lo poco que retenga necesite leerlo luego con más detenimiento para comprenderlo, pero no disfrutar de algo sólo porque me requiera un esfuerzo nunca ha sido mi estilo.



Con los científicos me pasa algo parecido. De entrada, siento respeto por cualquiera de ellos. Manejar con fluidez y soltura conceptos inasequibles, bien lo merece. Pero, además, me divierte ver lo diferente que funcionan sus cerebros con respecto al mío. Por ejemplo, mientras algunos de ellos miran las estrellas, deseosos de desentrañar sus misterios, soñando con poder dar la gran noticia de que existe vida inteligente fuera de este planeta, yo miro alrededor y, con demasiada frecuencia, me pregunto si existe vida inteligente dentro de él.



Supongo que, al final, todo se reduce a una cuestión de perspectivas. En este caso, no me cabe duda de que la suya tiene ventaja. No sólo porque ellos estudian algo lejano de lo que, en un momento dado, pueden despreocuparse, y yo me obsesiono con algo tan cercano que me es imposible obviar. No. El punto álgido de su ventaja es que su incógnita, en caso de no resolverse, sigue dejando vivo el misterio. En cambio, la mía se responde día a día con un "no" de proporciones estratosféricas, para mi completa desazón.



Hablando en abstracto puede parecer una exageración, fruto de un mal día o de una sucesión de ellos, así que pongámosle escenario. El pasado cuatro de Diciembre tuvo lugar la Conferencia sectorial sobre la polémica LOMCE (Ley Orgánica de la Mejora de la Calidad Educativa) entre el Ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, y los distintos Consejeros de las Comunidades Autónomas. Pues bien, Dios sabrá lo que pasó o dejó de pasar realmente en dicha reunión, porque lo único que ha trascendido de ella es que la Consejera de Educación de Cataluña, Irene Rigau, no esperó a su conclusión y se marchó de ella muy indignada. Además, a la salida de la misma, la Consejera de Educación de Andalucía, María del Mar Moreno Ruiz, hizo unas declaraciones en las que dejaba patente su malestar con la citada Ley, y su apoyo a la Consejera catalana.



Esbozado el cuadro, aún puede parecer para los menos avispados que mi desazón carecía de motivos en este supuesto en concreto, que este hecho aislado no es más que, utilizando lenguaje deportivo, "un lance más del juego". Sinceramente, no lo es, porque ningún hecho es irrelevante si transcienden de él ciertas implicaciones sobre la persona que los hace. Y, como cada cual ha de ser responsable de sus propios actos, analizaremos las conductas de las consejeras de forma separada.



Empezaremos por la Consejera de Educación catalana, doña Irene Rigau. Cualquier persona con un mínimo de lucidez llegaría a la conclusión de que una persona con una licenciatura en Psicología, que durante varios años ha sido docente en diferentes colegios en niveles de primaria y secundaria, que ha impartido clases en la Universidad de Gerona y que forma parte del Consejo de Enseñanza de Cataluña, tiene un nivel básico de educación, cuanto menos. Cualquier persona, maticemos, que no conozca a la señora Rigau, que se encargó en unos pocos segundos de destrozar lo que la lógica lleva años intentando enseñarnos a todos. Vamos a ver, señora Consejera, y le cito el cargo para ver si, ya que la educación brilla por su ausencia, aún conserva la decencia de avergonzarse por enlazar el mismo con sus maneras, ¿en qué estaba usted pensado? ¡Ahm! Ya… que no pensó, ¿no? Pues una mujer de su posición, en una reunión de esa índole, no debería conectar el piloto automático. A ver, que todos somos seres humanos, y en determinadas reuniones a las que hemos tenido que acudir obligatoriamente, hemos pensado en las musarañas cuando se rifaba el premio al que dijera la tontería más grande. Pero eso es en reuniones con los amigos de tu novio, con tu familia política, de vecinos (que esas son para echarles de comer aparte), y poco más. A nadie se le ocurre desconectar sus modales en una reunión de trabajo, y ni corto ni perezoso, levantarse y dejar plantado al jefe y al resto de departamentos. A nadie que quiera seguir ocupando ese puesto de trabajo, claro, que aquí tenemos que hacer otro matiz. Porque todos sabemos que los políticos tiene sus propias reglas, incluso de conducta al parecer, y desplantes de este tipo lo único que hacen es, si eres político catalán, que el Presidente de tu Comunidad te regale una buena cesta de Navidad, por las fechas en las que estamos, con el dinero de todos los españoles, incluidos aquellos que ha despreciado con su absoluta falta de educación.



Después de esto, una persona honesta normal haría examen de conciencia. No obstante, como estamos tratando con la señora Rigau, no podemos dejarnos guiar por las reglas de conducta lógicas, tal y como nos ha dejado patente. Por tanto, aplicando la que ella nos ha enseñado, seguramente ella pensará que esto no es más que otra diatriba contra el catalán y los catalanes. Y eso no lo pienso consentir de ninguna de las maneras. En este punto, me ha tocado la vena sensible, y claro está, le pienso enseñar los dientes con toda la contundencia de la que soy capaz, sin por ello perder las maneras, aunque esto sea algo absolutamente novedoso para usted. Mis críticas en este caso concreto son hacia su persona. Mi opinión sobre Cataluña, el catalán y los catalanes me la reservo para otro momento, que en lo que le concierne a usted, nada tiene que ver una cosa con la otra. Lo que me parece demencial y esperpéntico es que una mujer sin un ápice de educación, que trabaja para defender la educación de muchas personas, que tiene una formación en ese campo y que, además, es política y demócrata (en teoría), se levante de una reunión porque escucha argumentos que no le gustan. Mi desquerida señora, la política es sentarse a hablar con quien no le apetece, escuchar cosas que no le gustan, y a fuerza de palabras y mano izquierda, llegar a un acuerdo, porque la convivencia así lo requiere. Levantarse de una mesa porque no se tienen argumentos para rebatir los que exponen los demás, entonando el "si no estás conmigo, es que estás contra mí", es de niños de parvulario, y desde ese día, de Consejeras de Educación de Cataluña. Y después tendrá la desfachatez de decir que ha viajado a Holanda, Finlandia, Escocia, Suiza, Luxemburgo y no se cuantos países más para estudiar sus sistemas educativos. Querida señora, con todos mis respetos, hubiera sido mejor inversión de su dinero y de su tiempo viajar a esos países para que le enseñaran educación, o sin ir más lejos, quedarse en España y estudiarla aquí, que como ve, hay personas con una educación exquisita, y sin Consejería.



Por otro lado tenemos a nuestra querida Consejera andaluza, doña Maria del Mar Moreno Ruiz. Licenciada en Derecho por la Universidad de Granada, abogada en ejercicio hasta 1994, política del PSOE y primera Presidenta del Parlamento de Andalucía. Como la señora Rigau, comparte una formación académica considerable y una buena trayectoria política. Por desgracia, no acaban aquí las semejanzas entre las dos, porque también comparte con ella un uso dudoso de su masa gris y una falta de educación clamorosa. Vaya por delante que la señora Moreno no se levantó de la reunión. Estoicamente, aguantó hasta su finalización sentadita en la silla que le correspondía. Lamentablemente, lo único que estuvo presente en esa reunión fue su cuerpo, ya que su mente debía estar haciendo un repaso a otras tareas menos trascendentales para el futuro de los andaluces. Y digo esto porque, de no ser así, no entiendo las manifestaciones que hizo finalizada la misma. Señora Moreno, vale que usted tenga críticas que hacerle a la LOMCE (como compañera de licenciatura, soy consciente de que ninguna ley se va de rositas, y que la existencia de algunas es lamentable), pero ¿por qué esas críticas se basan en que la Consejera de Educación de Cataluña tiene razón? ¡Por el amor de Dios! Francamente, se esperaba más de una jurista de su posición (yo, personalmente, no), ¡pero otros más optimistas lo esperaban! Y de un plumazo, les cierra usted la boca a sus defensores, a cualquier jurista medio decente de España (y del extranjero), y le pega una patada en sus partes nobles a todos los andaluces. Se que lucha usted con una larga historia de políticos andaluces que, por caerles bien a los catalanes, acaban metiéndonos a todos en sus guerras (que no solo ni nos van ni nos vienen, sino que encima nos perjudican), y para colmo de males, no nos sirve de nada con ellos, porque a la primera de cambio nos dicen que somos unos vagos, que cobramos por no hacer nada y que cuando hablamos no nos entienden. Créame, señora Moreno, se que es difícil luchar contra eso. Pero una mujer con su posición, ¡debe hacerlo! ¿Qué nos importa a los andaluces cuantas horas docentes se den en español y cuantas en catalán? ¡Sí aquí todas son en español! Lo que les importa a los andaluces con respecto a la educación, es que se mejore la calidad de la misma, que se creen medidas para evitar el fracaso escolar, que se luche contra el absentismo, y, si no es pedir demasiado, que se civilicen las aulas. Francamente, señora Moreno, le voy a decir una cosa como mujer, como andaluza y como licenciada en Derecho (por la Universidad de Málaga): es usted un ejemplo de vergüenza ajena. En todos esos ámbitos. Y si tuviera un mínimo de decencia, se dedicaría a estudiar Derecho de verdad (que pocos conocimientos le quedan de su etapa estudiantil, si que es los adquirió alguna vez), a sopesar los problemas educativos de su Comunidad y, como soñar es gratis, a dejar la Consejería en manos de quien esté por resolverlos, y no por bailarle el agua a políticos de otras Comunidades Autónomas.

A partir de ahora, analizadas ambas Consejeras de Educación, lo que será sorprendente es que los niveles educativos en alguna de esas Comunidades Autónomas mejoren, en lugar de seguir decayendo. A mí, personalmente, me quedan claras dos ideas:

- La primera, que si Don Miguel de Cervantes levantase la cabeza, seguro que sopesaba reescribir su famosa frase inicial del Quijote, y cambiarla por una que dijera "En un rinconcito de Andalucía, de cuyo nombre no quiero acordarme…"


- La segunda, que Lope de Vega es, sin lugar a dudas, muy admirado en Cataluña, porque del comportamiento de su actual Consejera de Educación se desprende que como libro de cabecera tiene "El perro del hortelano". Y eso, siendo su autor madrileño hasta la médula, es otro éxito póstumo para él.
 
 
 

domingo, 9 de diciembre de 2012

El marinero sin barco


Lo conocí hace muchos años. Tantos, que no puedo recordar la fecha exacta, pero sí la edad que contábamos cada uno por aquel entonces: yo, dieciséis; él, uno más. Fue producto del azar educativo que acabáramos reunidos en un espacio común durante nueve largos meses. Nosotros dos, y otros veintitantos proyectos de adulto. Quizá por eso aún me sorprende que, entre lo que entonces me parecía una marea de gente, surgiera ocasión de cruzar palabra. En esa edad donde una simple mirada daba pie a conversaciones con tus amigas que se extendían una semana detrás de otra, no había lugar para los seres discretos. La vida pasaba a una velocidad de vértigo mientras la atención era reclamada por los exámenes, las clases, las amigas y los chicos, sucesivamente o a la vez, depende se dieran las circunstancias.

 

Sin embargo, sucedió. No podría decir en que contexto, ni con que palabras, sólo que sucedió. El chico tranquilo y sereno de la clase, ese que prefería callarse antes que entrar en polémicas, mantuvo una conversación con la chica decidida, esa que manifestaba siempre su postura aún a riesgo de crearlas. Y por extraño que parezca, a pesar de todos los pronósticos, esa conversación aún no ha finalizado. Continúa fluyendo de manera natural a pesar del transcurso del tiempo, mezclando en su discurrir la familiaridad de los años y la frescura de la primera vez.

 

Es curioso como muchas veces uno no recuerda con la nitidez que le gustaría un momento importante de su vida. Quizás, en este caso, sirva de excusa que no era consciente de la importancia del mismo. Lo que sí recuerdo con total claridad es la sensación de seguridad que me transmitía mi interlocutor. La consciencia de encontrarme enfrente a una persona con la que no sólo podía ser yo misma, sino que no quería que fuera otra. Y esa sensación, a esa edad en la que te sientes tan insegura de lo que eres, de lo que no eres y de lo que puedes llegar a ser, fue uno de los regalos más maravillosos que he recibido jamás.

 

Mi amigo, y se que soy afortunada por poder llamarlo de esa manera en el sentido pleno que tiene la palabra, sigue siendo el tipo tranquilo y sereno de mi adolescencia. Como todos, ha pulido ciertos rasgos, ha cambiado algunos otros, y ha adquirido nuevos, pero cada vez que me siento frente a él para hablar, reconozco a aquel chico. Los años no pasan en balde para nadie, y la vida no le ha dado las cartas que se merecía, pero él sigue jugando. A pesar de su pesimismo, y de que los envites del tiempo hayan inculcado en él un cinismo del que carecía, no ha roto la baraja. Cada vez que nos vemos, ha descubierto una nueva manera de reinventarse, de plantarle cara al destino. Ha adquirido la costumbre de flagelarse a si mismo psicológicamente por hechos pasados sobre los que, ni ahora ni entonces, tiene control. Y antes que pedirte el salvavidas que tienes al lado, es capaz de nadar cien kilómetros, por temor a molestarte con sus problemas. No obstante, sigue ofreciéndome ese espacio de confort y seguridad que me brindó la primera vez. Continúa escuchando mis problemas como lo hacía entonces: calmado, ofreciéndome la verdad que no me gusta con la torpe delicadeza de la que es capaz y obligándome a reconocer mis méritos aún en el peor de mis abismos.

 

Además, es la persona que me enseñó en propia carne que la amistad no es cuestión de cantidad, ni de calidad de tiempo, sino de sentimiento. Hemos tenido épocas en las que nos veíamos cada día; otras en las que teníamos que arañar un rato al fin de semana; algunas en las que lo normal era hacer planes juntos; e incluso hubo una en la que pasamos meses sin vernos. En esta última fue cuando lo aprendí. Todavía no se cómo, le surgió la ocasión de hacerse marinero, y como estaba hastiado del rumbo de su vida, no dudó en aprovecharla. Así que allá que se fue él, a su barco, sus términos náuticos y su determinación de explorar mundo. Yo permanecí donde había estado siempre, fiel al camino que me había marcado y que estaba siguiendo paso a paso. Hubo correos electrónicos por ambas partes, aunque huelga decir que los suyos eran a los míos como los libros de Julio Verne a los manuales para sintonizar el vídeo. Pero siempre tuvo unas palabras amables para agradecerme que me acordara de él, y jamás me acusó de aburrirle con mis historias. Finalmente, la vista le jugó una mala pasada, así que tuvo que decirle adiós al que creía que iba a ser su futuro y regresar al punto de partida. Y, como era de esperar, nos reunimos para ponernos al día. En el mismo sitio de siempre, a la hora habitual, encontré a mi amigo esperando. Y entonces, de esa manera discreta y sencilla que tiene de enseñarme las cosas, lo aprendí. Nada había cambiado. Nada importante, al menos. La ropa, el corte de pelo, alguna manía nueva, pero debajo de eso, estaba la misma persona. Y yo,  a pesar del tiempo, me sentía igual. Con la misma libertad para decir lo que se me antojara, sabiendo que no sería juzgada ni mucho menos condenada.

 

Aquel día recibí una de las lecciones más importantes que he recibido hasta hoy. No importa cuanto tiempo pase sin ver a una persona que realmente aprecias, si el sentimiento es verdadero, lo llevaras contigo allá donde vayas. Nunca le he agradecido a mi amigo que se acercara a hablarme aquel primer día. Es más, ahora que me detengo a pensarlo, jamás le he dado las gracias por nada de lo que ha significado su amistad. Y me consta que he tenido ocasiones de hacerlo. Como tantas cosas en nuestra amistad, la profundidad de mi aprecio es algo implícito, que está presente sin necesidad de señalarlo, y que él acepta como todo lo importante, haciéndote ser consciente del valor que da a lo que está recibiendo sin necesidad de fanfarria.

 

Por una vez, amigo, y sin que sirva de precedentes, diré explícitamente lo que se desprende de estos párrafos. Gracias por aparecer un buen día. Por decidir quedarte conmigo, sean cuales sean las circunstancias. Por compartir tu tiempo con generosidad, aun siendo valioso y limitado. Por no darme la razón cuando no la tengo. Por valorar mis virtudes por encima de mis defectos. Por tu interés. Por tu preocupación. Por tu serenidad contagiosa. Por desprender energía positiva a pesar de tu pesimismo. Por ti. Por lo que significas. Por el papel que juegas en mi vida. Gracias.
 
 
 
 
 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Nacimiento de "Pedes in terra ad sidera visus"



Los nacimientos nunca son algo fortuito. A diferencia del momento de la concepción, por supuesto. Y digo esto porque, generalmente, en la concepción suelen intervenir impulsos, deseos o instintos arrolladores, que nos empujan a hacer, decir o pensar algo concreto, sin que nos paremos a pensar absolutamente en nada que no sea hacer, decir o pensar algo concreto. En cambio, los nacimientos son algo mucho más pausado. Para cuando llega su momento, hemos tenido un periodo de tiempo, más o menos extenso, para reflexionar sobre la pertinencia de que ocurra. Y, si creemos que hay más ventajas que inconvenientes, o que las primeras compensarán los segundos, permitimos su producción.

 

Hace no mucho pensaba que en ciertos asuntos era bastante fácil distinguir si era apropiado o no dejar que se produjera un nacimiento. Ahora mi opinión es muy diferente. Puede que, en ciertos temas, siempre podamos contar con la existencia de esa línea divisora entre la decisión polémica y la decisión generalmente aceptada. Pero en todo caso, nunca será una decisión fácil. Y, desde mi punto de vista, creo que la dificultad vendrá siempre determinada por dos factores:

 

- En primer lugar, la intimidad. El nacimiento de algo es siempre una invasión de nuestra intimidad. Consentida, eso sí, pero invasión en todo caso, porque permitimos que se muestre al mundo algo personal, algo que es sólo nuestro. Y no siempre el mundo está de acuerdo o ve con buenos ojos lo que mostramos. La verdad es que hoy en día podemos contar con la seguridad de que habrá más posibilidades de abucheos que de aplausos. Así que, permitir que nazca algo, siempre requiere asumir el riesgo de la desaprobación, el señalamiento y la burla de aquellos que lo vean,

 

- En segundo lugar, la responsabilidad. Eso que nace no somos nosotros, pero es parte de nosotros, por lo que depende de nosotros no sólo su existencia, sino también su bienestar. Asumimos un compromiso con una esperanza de vida que a veces supera la nuestra, y otras veces la iguala. De cualquier forma, somos conscientes de que si su existencia fue nuestra decisión, que deje de existir también será asunto nuestro en muchos casos.

 

Todas estas reflexiones, aunque puedan ser aplicadas a diferentes temas, surgieron como consecuencia de la concepción de este blog. Algunos, sin duda, pensarán que es un tema pueril que no merece este tipo de pensamientos. No obstante, yendo por delante que rara vez controlamos en que pensar y pocas veces lo que pensamos, no comparte que sea algo tan trivial. De hecho, no creo que sea trivial en absoluto. En un mundo como el que vivimos, donde cualquier descerebrado puede proclamar la importancia de su opinión en los medios de comunicación, intoxicando mentes en formación con ideas erróneas, preconcebidas e intolerantes, conseguir un espacio propio donde expresarse me parece algo bastante serio. Y ésa es la razón de que este blog nazca hoy. No nace con pretensiones revolucionarias, más allá de la revolucionaria idea de expresar lo que uno piensa, aún cuando vaya en contra del sentir general de la sociedad. Ni siquiera puedo proclamar que su estandarte sea la justicia, puesto que no persigue más justicia que la de permitirme alzar la voz. Su única pretensión, la razón que motiva y determina su nacimiento, es la necesidad imperiosa de crear un espacio donde yo, como persona individual dentro de la sociedad, pueda manifestar lo que pienso.

 

Todos hemos oído alguna vez la famosa frase de Sir Francis Bacon: “La ocasión hay que crearla, no esperar a que llegue”. Yo, al menos, me he tropezado con ella en muchas ocasiones a lo largo de mi vida. Lo curioso es que jamás me ha producido el impacto que me produjo hace unas semanas. Era un día como tantos, en los que me encontraba hastiada de escuchar noticias manipuladas en los medios, opiniones incoherentes de personas que determinan el devenir de los países, etc., leyendo por encima un libro de frases célebres, apareció. Y entonces surgió la idea: ¿Y si hago un blog? Y luego, vinieron las reflexiones sobre las consecuencias de hacerlo. Y finalmente, aquí está. Con la promesa de aceptar todo aquello que yo vierta en él. Sin preguntas, ni reproches, ni juicios. Con el único objetivo de ser mi desahogo, mi refugio, mi lugar sagrado donde alzar la voz, no en el sentido que se le da hoy en día al término, ese que implica gritos, amenazas e insultos, sino en el sentido firme y sosegado que aún conserva para ciertas personas.

 

No habrá tema en este blog que haga de hilo conductor del mismo, más allá de la persona que lo escribe. Lo que sí debe estar presente en cada una de sus entradas es la sinceridad de las opiniones expresadas y la convicción de que las palabras siguen siendo la mayor fuerza del ser humano. Y eso es el compromiso que suscribo hoy, conmigo mismo y con este blog.