domingo, 7 de diciembre de 2014

La Constitución

Un año más, el Día de la Constitución ha pasado de largo con más pena que gloria. ¿Por qué? La respuesta es bien sencilla. En lugar de celebrar, como en todos los países racionales, el logro que la Carta Magna representa y los beneficios que derivan de ella, en España nos dedicamos a criticar todo aquello que, según cada cual, tiene de defectuoso y manifestamos abiertamente nuestro malestar con gestos inapropiados e, incluso, groseros.

¿Un ejemplo? La llamada “izquierda plural”. En cierta medida, puedo ver coherente, aunque no excusable, que no se asista al acto de celebración de algo con lo que no estás de acuerdo. Eso sí, siempre y cuando seas ciudadano de a pie, que si bien casi siempre tenemos las desventajas, de vez en cuando nos podemos permitir ciertos lujos como éste. Ahora bien, que se asista para, coloquialmente expresado, “reventar la fiesta”, me parece igual de deplorable que la inasistencia. Señores de Izquierda Plural, llevan varios años aplicando el mismo “modus operandi”, y no les está funcionando en cuanto a intención de voto, ¿no se preguntan por qué? Porque sería fácil contestar a esa pregunta, y todo, sin salir de las palabras que ustedes dicen. El señor José Luis Centella cree que es cínico celebrar la Constitución un día e incumplirla todos los demás. Bien, hasta ahí puedo comprender su razonamiento. Lo que me desconcierta es que acto seguido manifieste que la Constitución está superada y que es necesario cambiarla para, entre otras cosas, recoger otro modelo de país. ¿Coherencia? Cero. Ustedes no asisten a la celebración, no porque les repugne que no se cumplan los derechos que en ella se recogen, sino porque no les gustan otras cosas de la Constitución, o más claramente, a ustedes les importa un pimiento si el derecho al trabajo es algo real y efectivo, pero que España siga teniendo la división territorial actual es algo que les escuece hasta límites insoportables. Pero claro, dicho así no luce, así que es mucho mejor acusar a los demás de cinismo e investirse de un aura de dignidad. Quizás les funcionaría si tuvieran a personas más inteligentes entre sus filas, personas que pudieran hacer la pantomima creíble sin soltar frases contradictorias de manera seguida y recurrente. O si todo el auditorio que les oye fuera más tonto que ustedes. Por fortuna, ninguna de esas situaciones es real, así que dejen de sermonear sobre el cinismo de los demás, y aplíquense el parche, que además de parecernos groseros con sus actos, nos aburren.

Otro ejemplo sería la actitud de algunos presidentes autonómicos. Este año, los únicos que han acudido han sido los de las Comunidades Autónomas de Valencia, Galicia, Murcia y Aragón. ¿Y los demás? No asisten. Y punto. En el caso de Cataluña y País Vasco, es una historia muy antigua. Aburrida, sin sentido, absurda y patética, eso también, pero sobre todo, antigua. Ya estamos más que acostumbrados a los desplantes de los mandatarios catalanes y vascos, y a sus eternas cantinelas lacrimosas. Eso no es novedad. Pero ¿qué ha pasado con los demás? ¿Por qué no han asistido? Por mucho que he intentando buscar la respuesta, no la he encontrado. Los periódicos no ofrecen ningún motivo para las ausencias de los demás presidentes autonómicos. Simplemente recogen el hecho de que no van a asistir y, en algunos casos, señalan los actos que harán en conmemoración de este día en su propia comunidad. A falta, por tanto, de respuestas, he tenido que formarme mi propia opinión sobre estas ausencias, llegando a dos conclusiones. Primera: aquellos presidentes que son del PSOE no han acudido en protesta. Quieren cambiar la Constitución, y no piensan celebrar la actual. Segunda: aquellos presidentes que son del PP, actual partido del Gobierno, no han acudido ¿por pereza? No se me ocurre otro motivo. Sea cual sea, no comparto ni respeto estas ausencias. Ellos, más que ninguno en este país, deberían ser conscientes de que ostentan el cargo público que ostentan, única y exclusivamente, gracias a la Constitución. Ahí es donde nace su derecho a ser representantes de los territorios que la conforman. Ni Estatutos de Autonomías ni gaitas. Sin Constitución, no hay legislación que valga, por el simple hecho de que todas las demás están siempre por debajo. La Constitución Española es la Presidenta del Gobierno. Y la reina de España. Y la garante de todos los derechos y obligaciones. Ella, y sólo ella, es la primera y la última, y hasta el Tribunal Supremo, órgano máximo de la jurisdicción española, debe ceder ante el Tribunal Constitucional en las ocasiones en que se cruzan sus caminos. Por eso, independientemente de las circunstancias, los representantes del pueblo español han de asistir a la celebración de la Constitución. Porque sin ella, ellos no serían nada. Un ciudadano más, condenado a acatar lo que otros decidan y a opinar limitadamente cuando otros tengan a bien. Por eso, igual que no hay excusa para asistir y realizar manifestaciones fuera de lugar, tampoco las hay para no asistir.

Hace años que el Día de la Constitución no tiene una celebración acorde con su significado. Y no me refiero a los gastos o lujos que se derrochan con motivo de la ocasión, sino más bien al ánimo y al ambiente que impera. Y lo triste es que eso no sucede sólo entre la clase política. Para el pueblo llano, o la mayoría de él, tampoco es una fiesta en sí. Es uno de los puentes más deseados y esperados gracia a que con sólo un día intermedio, cuenta con otro día de fiesta. Pero nada más. Para mí, esto es lo más desolador de todo el asunto. Quizás por motivos personales, no lo niego. El significado que tiene la Constitución y todo lo que ella implica, a mi me cala hasta lo más hondo. Pero siendo honesta, creo que también hay motivos generales que cualquiera que sea español debería compartir. En esta época convulsa que nos ha tocado vivir, donde la posibilidad de reforma de la Constitución se discute día sí y día también, a la mayoría se le ha olvidado lo increíble que fue su nacimiento. De una dictadura de alrededor de cuarenta años pasamos a una democracia. Y la señal de ello fue la Constitución. Ella nos aseguró esa democracia. Plasmó los cimientos inamovibles de la paz interna, de la unidad, y quizás, por qué no, del comienzo del perdón. El acuerdo a la que las fuerzas políticas y los representantes de las mismas llegaron en ese momento fue algo totalmente extraordinario, un consenso sin precedentes que, en vista de la situación actual, tiene más valor. No hemos asistido a algo así desde entonces. Ni siquiera para lo más elemental se consigue que más de dos o tres partidos se pongan de acuerdo. ¿Qué no es una Constitución perfecta? No, no lo es. Estoy segura de que todos y cada uno que se la hayan leído tendrían su propia sugerencia para mejorarla, incluida yo. Pero de ahí a que está acabada… Me parece un desprecio gratuito. Lo peor del asunto es que la mayoría de los ciudadanos ni siquiera sabe qué desea cambiar ni porqué. Ya se han encargado los políticos de ello. Escuchan continuamente que la Constitución es injusta, que es ineficaz, que no contempla las necesidades de hoy… y lo toman como una verdad propia. Personas que jamás han leído la Constitución entera, o que ni siquiera la comprenden, la critican. Y ahí es donde estamos perdiendo todos. Hemos dejado que el desconocimiento sea algo cotidiano, incluso en las cosas que nos afectan directamente, y ante eso, nos dejamos llevar por el listo de turno que mejor nos convence. Pues, sin aires de nada, conmigo que no cuenten. Mi opinión no se formará según los comentarios de nadie, sino que beberá de la historia y de la normativa. Puede que no sea la mejor, pero al menos será mía. Y desde ahí me permito decir que yo sí celebro la Constitución actual, y que no apruebo hoy ni aprobaré nunca unos cambios que pretenden romper la unidad que consagra para legitimar la división, sin importar los argumentos que usen para disfrazar las intenciones financieras y hacerme cambiar de opinión. Tal es mi derecho, y no dudaré en ejercerlo. La Constitución lo hizo posible.

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