Cada día me gustan menos los políticos. Y no es que antes me gustaran, precisamente, pero al menos estaba convencida de que eran necesarios porque realizaban una labor social importante. Ahora no estoy muy segura de que labor realizan, a no ser que se pueda considerar como tal el asqueamiento continuo a la ciudadanía. Sin embargo, por muy poco que los aprecie en este momento, es innegable que nadie escapa a la política, así que teniendo en cuenta que ella va a encargarse de mí, me guste o no, será mejor que yo procure estar al tanto de lo que se va cociendo. No sea que luego no sepa ni de donde me vienen los tiros.
Con toda la frecuencia que me es posible, por tanto, intento estar al corriente de las diversas acciones que llevan a cabo los partidos políticos que colorean nuestro panorama nacional. Ni que decir tiene que voy de disgusto en disgusto, pasando por ataques de rabia y de vergüenza ajena entre tanto y tanto. Las gotas que suelen colmar el vaso vienen en su mayoría de las intervenciones estelares que realizan en los parlamentos (nacional o autonómico, tanto da, los pagamos igual). Todavía no me he acostumbrado, y me parece que me va a costar muchos años de vida hacerlo, a la dignidad parlamentaria. Inocente de mí, pensaba que el Parlamento era un lugar serio, donde se trataban asuntos serios, por personas serias y sentido del decoro. ¿Cuál es la realidad? Los parlamentos son circos. Y como en todos los circos, se oyen abucheos, aplausos y gritos de conformidad o disconformidad. Eso sin contar los gestos, muchas veces groseros, que se dedican unos payasos, esto, parlamentarios, a otros. Y nunca, pero nunca, se habla de temas serios. Es más, cuanto más serio sea un tema, más rodeos darán para consumir el tiempo asignado sin acercarse al problema en cuestión.
Entre tanta fauna, algún espécimen me da menos asco que los demás. Incluso a veces, hasta me sorprendo dándole la razón a alguno. Pero no había más avances en la materia hasta que un día escuché a un tal Gorka Maneiro. Fue uno de esos días que me pongo a ver vídeos de las intervenciones en el Parlamento nacional. Al terminar uno de ellos, me salió entre los siguientes uno con el siguiente título “Ustedes son la vergüenza de este Parlamento”. Me intrigó tanto que quise verlo. Y me alegro mucho de haberlo hecho, porque ese día aprendí que hay muchas personas dignas, y algunas de ellas, hasta pueden ser políticos. Maneiro es una de esas personas. Este señor, y lo digo en el sentido pleno de la palabra, aún a riesgo de tener que tragármela algún día, baja al estrado del Parlamento vasco día sí, día también, a plantarse delante de los representantes de EH Bildu para decirles, entre otras cosas, que es vergonzoso llamar presos políticos a los etarras, o impedir su detención, o portar camisetas de apoyo a los delincuentes. En el video del que estamos hablando, explica de manera clara y sencilla porque es asqueroso que se les llame presos políticos, y aunque todos lo sabemos, lo voy a repetir aquí siguiendo sus palabras: “cuando EH Bildu y la izquierda abertzale, o eso que se llama la izquierda abertzale, se refiere a los presos de ETA como presos políticos, está diciendo que los presos de ETA encarcelados no deberían seguir presos, es decir, que son inocentes, es decir, que están injustamente encarcelados, es decir, que no cometieron delitos, es decir, que sus crímenes estuvieron bien”.
No es la única frase memorable del vídeo, pero siendo honesta, a mí ya me había ganado para su causa. Me parece admirable que entre tanto parásito desalmado, un hombre perfectamente identificado baje al estrado siempre que la ocasión se presenta, y con ciertas alimañas en el mismo parlamento, la ocasión no se hace de rogar, les mire a los ojos y les diga la verdad. EH Bildu es ETA. No ha condenado ni uno sólo de los asesinatos ni cualquier otra acción de ETA. Es más, los justifica una y otra vez usando la manida frase del conflicto vasco. Pero no es conflicto cuando un bando es el único que mata. Eso se llama masacre. Y Maneiro no tarda en darles la réplica y recordárselo cada vez que se les ocurre mencionarlo. Y les recuerda que las víctimas no son los presos, sino los muertos y sus familias, mal que les pese o por mucho que quieran disfrazarlo. Y llegado el caso, se vuelve a su lehendakari y le dice, como vasco, lo desolador que le resulta que no condene que se diga que hay presos políticos en el país vasco. Y si tiene que ceder en sus pretensiones para apoyar otras que se quedan a medio camino de lo que él defiende, pero que aún así son un avance contra la lucha terrorista, lo hace.
Yo no se lo que Maneiro opina sobre el aborto. Ni sobre la religión. Ni sobre la monarquía. Ni siquiera sobre el sistema autonómico. Pero sé lo que opina sobre el terrorismo y la democracia. Sé como defiende sus propuestas en el estrado y fuera de él. Sé donde tiene actualmente marcados sus límites. Sé que es capaz de defender su verdad delante de demócratas o asesinos. Sé que se respeta a sí mismo, porque se niega a mirar hacia otro lado. Sé que es capaz de respetar a los demás, porque hace concesiones con otros grupos si la ocasión lo requiere. Así que, en el fondo, ¿qué me importa lo que opine sobre todo lo anterior? La democracia no consiste en opinar todos lo mismo, sino en saber que, sean cuales sean tus opiniones, siempre dentro de ciertos límites fundamentales que no incluyen eliminar la opinión del resto a tiros, tienes un marco donde defender tu opinión, y sobre todo, tienes un marco donde negociar tu posición con el resto. La democracia es más que la opinión de la mayoría: es la manera de llegar a esa mayoría. Y con Gorka Maneiro, al menos, es una manera honesta y cabal. Así que, a día de hoy, puedo decir que hay un político que se ha ganado mi respeto. Ese político, por si a estas alturas hay alguna duda, se llama Gorka Maneiro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario