Que la vida, a pesar de tener cosas que son y que no son, está llena de matices, uno lo aprende con el tiempo. Y se va dando cuenta, a veces poco a poco y otras de sopetón, de que no piensa lo mismo sobre las cosas. ¿Un ejemplo? Los propósitos de año nuevo. Siempre me han parecido inútiles, y las personas que los hacían, estúpidas. Este año, sin embargo, me he dado cuenta de que la estúpida era yo.
Hay algo intrínsecamente lerdo en poner en una lista de propósitos que el año que viene quieres “encontrar el amor”, “estar delgada” o “encontrar el trabajo de mis sueños”. Como si por el mero hecho de escribirlo, el día 1 de enero se materializara tu deseo. Y no, no es que el día 1 no se haya cumplido, es que cuando no se ha cumplido el día 7 y volvemos de las fiestas, cogemos la lista, la arrugamos y directa a la basura sin contemplaciones. Y ahí se acabaron todos los propósitos para el año. Estas listas siguen pareciéndome, además de inútiles, focos de frustración. Y las personas que las hacen, además de estúpidas, me parecen vagas.
Sin embargo, hay otras listas que me merecen mucho respeto, a pesar de que hasta ahora no las había tenido en cuenta. Son listas cuyos propósitos son “dejar de fumar”, “comer sano” o “ser más amable”. Estas listas merecen mi respeto por dos razones:
1. Son listas pensadas a largo plazo. Uno no deja de fumar o empieza a comer sano de un día para otro. Es algo que tiene que hacerse o no hacerse de manera continua, día tras día.
2. Su cumplimiento está en la mano del que la escribe. Dejar de fumar, por seguir con los ejemplos, es un ejercicio basado en la voluntad del fumador. Lo mismo puede decirse de comer sano o de ser más amable con los demás. Son cosas que no dependen de la voluntad ajena o del azar, sino del propio esfuerzo.
Así que este año he decidido hacer mi propia lista de propósitos para el año que viene por dos razones. La primera razón es que mi voluntad necesita un buen ejercicio para reforzarse, y un objetivo a largo plazo que dependa únicamente de mí me parece una buena manera de conseguirlo. Últimamente he pecado de acusar en demasía a la suerte de darme la espalda, y aunque pienso sinceramente que ya va siendo hora de que se acuerde de mí, este tipo de gestos son peligrosos y potencialmente destructivos a largo plazo. Por tanto, es hora de frenar el movimiento e invertir la tendencia, ya que tengo la fuerte sensación que la acción me dará mejores resultados que la queja.
Y en segundo lugar, porque me parece algo muy bonito despedir el año y dar la bienvenida al siguiente con un acto de fe en uno mismo. Vivimos tiempos extraños, en los que la fe, en cualquiera de sus formas, está proscrita. Y, lo siento si ofendo sensibilidades, pero me encuentro con frecuencia que muchas personas carentes de fe en el plano espiritual, tampoco la tienen en sí mismas. Es como si, no pudiendo creer más que en aquello que ven, tampoco pudieran creer en más de lo que ellos son en ese momento. Yo, que tengo bastante más defectos que virtudes, no quiero privarme de mi capacidad de mejorar, y me niego a creer que esa capacidad se pierde con el tiempo. Si mientras hay vida, hay esperanza, también debe haber posibilidad de evolución, y me resultaría muy triste abandonar este mundo y darme cuenta de que me quede inmóvil y no aproveché todo lo que el mundo me podía ofrecer o que no le ofrecí lo mejor que tenía en cada momento.
Además, aunque este año sigo sin conseguir la tan deseada estabilidad laboral que llevo persiguiendo no sé ya cuanto tiempo, debo confesar que ha sido de los mejores. Me llevo muy buenos recuerdos de este año, muchos regalos que van más allá de lo que el dinero puede comprar, muchas muestras de amor, mucha felicidad. Me llevo el convencimiento de que, a pesar de mis quejas, soy una persona muy afortunada, y que mi tipo de suerte es de las permanentes, de las que dependen de lo que uno es y de lo que son los que tiene alrededor. Me llevo muchos paisajes mágicos detrás de mis ojos y las ganas de volver a verlos una y mil veces más. Me llevo la firme esperanza de que si la vida puede ser peor, también puede ser mejor, y que a veces, la diferencia es una simple cuestión de actitud. Me llevo todo lo que este año ha tenido a bien regalarme, y le dejo mi eterna gratitud y el convencimiento de que, gracias a él, la persona que lo despide es mejor que aquella que le dio la bienvenida.
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