Cuando París se tiñó de sangre, no quise escribir. No porque no tuviera nada que decir al respecto, sino porque no quería que mis palabras estuvieran llenas de una rabia que las rebajaría a la consideración de irracionales y absurdas. No quise que fueran fruto del dolor, ni del miedo. Así que decidí esperar a que pasaran los días, creyendo que a medida que se recabaran datos y se esclarecieran los hechos, podría formarme una opinión más sensata que en ese momento. Hubiera querido que mucha gente compartiera mi misma prudencia porque hoy, casi dos semanas después de la masacre, siento más rabia que aquel día. Y lo peor es que esa rabia no procede únicamente de la consideración que me merecen los culpables de la misma, sino que gran parte proviene de muchos de mis “civilizados” congéneres.
¿A quién en su sano juicio se le ocurre llamar fachas a personas que ante un acto tal de agresión cantan pacíficamente su himno nacional? ¿Quién, ante la desolación que se vivió en París, tiene estómago de acusarle por no sufrir igual por los muertos en Siria? ¿A qué anormales les molesta que se ponga la bandera de un país que ha sufrido un ataque de estas dimensiones? No habían pasado ni 24 horas del atentado, y lo que me hervía más la sangre no era enterarme de los detalles atroces de la misma, sino los comentarios estúpidos e inmaduros de gente estúpida, frívola y con una falsa creencia de superioridad moral. Bien, no voy a defender que yo soy una persona libre de defectos, pero puesto que he cumplido con creces el plazo autoimpuesto de silencio, con lo que conlleva en cuanto a tiempo dedicado a reflexión, creo que es hora de exorcizar mis demonios sobre el tema.
La inmensa mayoría de la gente es gilipollas, simple y llanamente. Totalmente gilipollas, y además, sin remedio posible. Un amplio porcentaje, además, es mala. Pero no mala en plan Disney (toma niña, muerde esta manzana y duérmete para no incordiarme más), sino mala en plan vida real (te corto la garganta para que puedas presenciar mientras mueres, en una terrible agonía, como te saco los intestinos y te los coloco de bufanda). Yo no tengo ningún problema en que la gente sea gilipollas en su propio ámbito, pero cuando esa gilipollez pone en peligro cosas que me afectan y que considero importantes, Lucifer podría aprender una o dos cosas sobre la furia asesina que siento en ese momento. Sobre todo porque esa gente gilipollas les pone una alfombra roja a la gente mala para que salten sobre pobres estúpidos como yo y nos hagan lo que les venga en gana.
Bueno, pues aquí hay una estúpida que se ha cansado de serlo y va a decir clarito un par de cosas. Por ejemplo, me importa un huevo y medio si la gente le quiere poner una velita a los muertos en París, en Beirut, en Iraq o en Pompeya. Por mí, podrían poner cirios grandes como la torre de Pisa hasta que cubrieran la tierra entera. Eso sí, los juicios de valor sobre si los demás ponemos o no ponemos velas, es mejor que se los metan por donde la espalda pierde el nombre. Y los juicios de valor moralizantes sobre la importancia y la igualdad de unos muertos sobre otros mejor no digo lo que pueden hacer con ellos. Porque lo que a mí me encanta es la congruencia de esas personas que atacan un acto de solidaridad con París que no se ha tenido con Beirut, por ejemplo, olvidando que ellos tampoco han dicho ni media palabra sobre el tema. A ver, ¿quién publicó y dónde sus condolencias por esos muertos el día que se supo la noticia? No después, para criticar la muestra de solidaridad de otros, sino el día de esas muertes. ¿Alguien buscó una foto de una vela y la subió a sus redes sociales indicando que la ponía por esos muertos? Porque, desde luego, yo no se lo vi a ninguno de mis contactos. Que sí, que Facebook permitió la opción de poner la bandera de Francia en tu foto de perfil, pero no te impide poner todos los días lo que te venga en gana sobre las personas que se mueren de hambre todos los días en Etiopía, que según la FAO, es uno de los países que más sufre esta lacra social. Tampoco impide a nadie preocuparse públicamente por las personas a las que queman vivas por sus creencias religiosas en ciertas partes del mundo.
Por mucho que moleste, nos hemos acostumbrado a ver la violencia en todas sus facetas, y eso ha llegado hasta tal punto que calibramos que violencia merece nuestro tiempo y consideración y cual no. Y eso se hace extensible a las víctimas de esa violencia. Así que sí, unos muertos valen más que otros, porque nosotros hemos dado a las circunstancias por las que pierden la vida más importancia o menos. Por eso me produce un asco especial la gente que moraliza sobre el tema, escandalizándose sobre la indiferencia con la que se trata a algunos muertos, indiferencia de la que ellos no están exentos. Sin embargo, como la mayoría del tiempo soy una persona educada, estos días me he abstenido de poner cualquier comentario en respuesta a los sermones evangelizadores en la doctrina de la igualdad en la muerte que han emitido desde sus diferentes púlpitos. No obstante, la vida siempre ofrece vías de satisfacción a los deseos, y como hoy he decidido ser todo lo maleducada que me apetezca, voy a aprovechar mi púlpito para desahogarme a fin de que tanta gilipollez no acabe con mi cordura.
Vosotros, gilipollas declarados y sin declarar, conocedores de los grados de vuestra propia doble moral o negadores de su existencia, hacedme un favor: dejad las pajas mentales para vuestro diario. Sí, ese objeto pequeño, con formato de libro y páginas en blanco, donde uno puede escribir lo que quiera sin que nadie lo lea. De verdad, el mundo va a ser girando y la humanidad no va a perder nada que merezca la pena llorarse porque la privéis de vuestros sesudos comentarios. Es más, estoy completamente segura de que el mundo sería un sitio mucho mejor si uno no tuviera que leer y escuchar a tanto subnormal. Porque sí, aunque no respondamos a vuestros comentarios, comentarios que muchas veces os permitís el lujo de poner en perfiles que no son los vuestros sino, por ejemplo, el mío, no puedo evitar que mis ojos lo lean y que la bilis se me suba por la garganta. Además, os comento en primicia que normalmente no respondo, pero bloquearlo es una práctica que estoy empezando a hacer muy a menudo, y lo único que lamento es no poder bloquear algunos perfiles del todo por razones de respeto a terceros, que a mí, desgraciadamente, cada vez me da más igual que la gente que considero gilipollas, sea lo gilipollas que la considero. En cuanto a la libertad de expresión que más de un imbécil esgrimirá en defensa de poner por escrito o decir de palabra lo que le apetezca, haya pasado por su cerebro antes que por su boca o no, he de decir que cada día lamento más que se asimile esa libertad con la mala educación, y que se esté perdiendo el concepto de vergüenza, y por ende, aumentando el de vergüenza ajena. De todas formas, por lo que a mí respecta, aviso de que pienso cortar de raíz los comentarios al respecto que se me hagan sobre el particular, haciendo uso de mi propia libertad de expresión para deciros que os vayáis al carajo, ya que el derecho que tanto os gusta me impide cerraros la bocaza, pero no me obliga a escuchar vuestras tonterías.
Lamentablemente, hay mucho personaje público, incluso y por desgracia, con relevancia en el panorama nacional o internacional, que se encuentra dentro del grupo de gilipollas iluminados a los que me refiero. Son esos del “no a la guerra”, “las bombas no son la solución” y “no se puede hacer la guerra por religión”. Bueno, joder, entonces nos sentaremos tranquilitos donde mejor nos parezca, y esperaremos a que los radicales islámicos vengan a pegarnos un tiro o nos conviertan, según tengan el día bueno o malo. Incluso he leído que alguna caricatura de persona ha señalado la conveniencia de entablar conversaciones con estos individuos que, no contentos con la muerte provocada, hacían público un video un día después amenazando que tras París, Roma y Al-Andalus (España), eran los objetivos prioritarios. La verdad sea dicha, la idea de mandar a la “señora” que ha propuesto el dialogo a Siria, Iraq o donde quieran los del Estado Islámico que se la enviamos, me seduce muchísimo. No porque vaya a resolverse así el problema, sino porque así al menos habrá una gilipollas menos que oír.
También mandaría de viaje por dichas tierras de ensueño a los de “no podemos hacer una guerra religiosa”. A ver, alelados, que la guerra no la hacéis vosotros. Ni nosotros, los países demócratas o europeos. La guerra la hacen islamistas radicales, y claro que es por religión, entre otras cosas, además de por poder, deseo expansionista, disfrute con el sometimiento y el sufrimiento ajeno y un largo etcétera. Por tanto, la cuestión no es “¿iniciamos una guerra por motivos religiosos?”, sino “¿cómo narices paramos la guerra que nos han declarado poniendo como excusa motivos religiosos”? Porque sí, habrá pringados ignorantes que se hayan tragado los cánticos sobre Alá y compañía, pero los que están al mando no lo hacen para mayor gloria de nadie que no sean ellos. Además, debemos aceptar que algunos simplemente son malvados, que disfrutan matando y mutilando, como el que le gusta pintar con acuarelas, porque otra cosa que no me trago es que se vean avocados a eso porque la sociedad no les acepta y les maltrata. Vamos a ver, que Lady Gaga no está muy normal que digamos, pero lo máximo que ha hecho es ponerse filetes como sombrero, no coger un fusil de asalto y enviar al otro mundo al que se cruzara en ese momento. Por tanto, hay otras opciones antes que unirte a una banda de asesinos internacional y me niego a ver como víctimas a cualquiera que se encuentre en la misma.
¿Lo peor de todo el asunto? Que nuestros dirigentes, conscientes de esta renuencia de la población general a la hora de aceptar que estamos en una guerra, aunque no sea una guerra de las convencionales, titubean a la hora de ser firmes. No hablo de Francia que, ante la masacre y los hechos posteriores, ha movilizado lo que ha considerado pertinente de su ejército, iniciando las labores pertinentes para recabar la ayuda del resto de países de la UE y la OTAN. Hablo de España, que no contentos con que nos mataran a unos cuantos en Madrid no hace tanto, vemos lo de París y creemos que no va con nosotros. Por favor, seamos serios. Nadie quiere que las personas que forman parte del ejército mueran en vano, pero su trabajo es exponerse a morir para que no lo hagamos los demás. Contra unos terroristas que se inmolan con tal de matar a todo el que puedan, que igual les da atentar contra un avión de militares o uno de civiles, que entran a fuego en discotecas, periódicos o bares, y cuyo objetivo final es la conversación del mundo al Islam o la muerte, yo me atrevería a decir que la vía diplomática no es una opción. Más que nada porque presupone voluntad de llegar a un acuerdo, y aquí yo solo veo con interés de sentarse a hablar a una de las partes, mientras que a la otra le va de lujo matando donde se le antoja.
Entiendo mejor que nadie el deseo de negar la cruel realidad, porque eso nos impediría vivir con normalidad, pero la espada de Damocles no deja de estar sobre nuestras cabezas por el hecho de que no la miremos. Estamos en guerra, más al estilo de una guerra de guerrillas que del modelo de la Primera o Segunda Guerra Mundial, lo concedo, pero sigue siendo una guerra. Partiendo de ese punto, debemos asumir que van a perderse muchas vidas. Muchos niños van a morir o a quedar huérfanos. Muchas mujeres serán viudas o no serán nada. Muchos hombres no volverán a ver a sus seres queridos o tendrán que superar los traumas que vivir un conflicto así en primera persona acarrea. No van a morir sólo culpables. Se derramarán muchas lágrimas y mucha sangre. Y muchos más corazones quedarán rotos de una manera cruel de los que van a dejar de latir. A cambio, la recompensa es poder seguir disfrutando del tipo de vida que hemos elegido. Ese en el que los gilipollas pueden decir lo que quieran y no se les puede cerrar la bocaza. Ese en el que nadie tiene que profesar una creencia religiosa por obligación, ni por supuesto hacer rezos de ningún tipo, ni adoptar los dictados de ninguna autoridad religiosa bajo pena de muerte. Ese que permite a las mujeres decidir si quieren casarse y con quien, cuantos hijos tener y que rama profesional les gusta más. Ese que está negando la utilización de la fuerza para no mancillar la democracia que está obligado a defender.
Yo no estoy en posesión de más verdad que la mía, coincida o no con la de otras personas. Y esta verdad me dice que estoy ante una amenaza que requiere su completa erradicación. Que, debates aparte sobre el comercio de armas, de los que ningún país está libre de pecado, se encuentra la realidad del uso de esas armas. Y puesto que las están usando para matar todo aquello en lo que creo y a todos aquellos que desean vivir en paz, igual que las vendemos o compramos, habremos de usarlas contra los radicales hasta que no quede ni uno. Las palabras en este asunto solo servirán para convencer a los indecisos en esta necesidad, no para que la parte agresora deje de agredir. Por tanto, puesto que contamos con un ejército para este tipo de cometidos, ha llegado la hora de que cumplan con su obligación. Y lo digo sabedora de que ante una orden de este tipo, actuarán con profesionalidad y arriesgarán sus vidas para salvar las nuestras, incluidas las de los gilipollas que pensarán que sus muertes no valen tanto como las de los inocentes de Beirut. Porque, pasados la inicial sorpresa de que los espías espían, y los militares matan, llegado el momento de la verdad, me gustaría ver si los iluminados, ante el cuchillo o el fusil de los islamistas, se someten dócilmente o lamentan su pasividad. Yo, desde luego, tendré la conciencia tranquila, pues llegado el caso estoy convencida de que, ante un enemigo que está dispuesto a morir para matarme a mí y a todo aquello que defiendo, yo estaré dispuesta a matar para vivir.
Hay un libro que se llama Militares españoles en el mundo, que nos regalaron nuestros mandos al poco tiempo de volver de la Guerra del Golfo, donde explica las diferentes misiones en las que, en aquella época, habíamos participado gente de los tres ejércitos. Incluso ponían nuestros nombres. Cuando nos dijeron que íbamos a una posible guerra, hubo muchos de mis compañeros que se ofrecieron voluntarios para cubrir posibles renuncias que se produjeran. Yo sólo conocí a uno que se negó a acudir, y pidió la baja en la Armada. Los demás, nos afeitados la barba para que las máscaras de los equipos de guerra química nos ajustarán mejor, y nos despedimos de nuestras familias, sin saber cuando volveríamos. Nunca preguntamos por qué. Cumplimos con las órdenes que nos dieron, y marchamos con la mirada al frente, la cabeza alta y el pecho fuera. Sabemos quienes somos y cual es nuestra misión. Y juramos defender a nuestra Patria, "hasta la última gota de nuestra sangre". Y en ello estamos. Sólo necesitamos que se nos de la orden.
ResponderEliminarDe eso no cabe duda. El problema está en si dan o no la orden, no en el acatamiento de la misma.
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