Y la vida transcurre sin que uno apenas se dé cuenta, inmerso en la rutina de la lucha diaria. Pero pasar, pasa, cada año un poquito más rápido que el anterior, y casi sin darnos cuenta, nos encontramos preparando las uvas del año siguiente, cuando hace apenas un instante nos hemos tomado las del año anterior. También se nos hace inevitable hacer inventario del año que dejamos atrás, y nos empeñamos en enumerar las victorias, las derrotas, las heridas…
Este año, sin embargo, no quiero hacer inventario. De sobra sé las heridas sufridas a lo largo del mismo, puesto que las llevo conmigo. Y tampoco quiero darme golpecitos en la espalda por las victorias que, merecidas o por suerte, he obtenido. Porque he aprendido que, si bien cada día sé menos lo que es la vida, desde luego no es una lista. No es una carrera, ni un espectáculo, ni un drama, ni una comedia. O quizás la vida sea todo eso, y yo no sé verlo porque veo una parte cada vez y no consigo abarcar el conjunto.
No obstante, no quisiera despedirme del año, ni darle la bienvenida al siguiente, sin valorar mi suerte. A pesar de todos los pesares, este año igual que los anteriores, la fortuna se empeña en sonreírme de oreja a oreja, y yo a veces estoy demasiado cegada para verlo. A menudo me concentro más en la pequeña piedra del zapato, que en el precioso zapato que protege mi pie.
Por eso, 2017, a pesar de las ausencias y las despedidas, de los cambios bruscos y de los tropiezos, de las decepciones y las cicatrices, ha sido generoso conmigo. Por cada ausencia, me ha brindado la alegría de una nueva incorporación. Cada cambio impuesto ha sometido a prueba mi fortaleza, pero también mi capacidad de adaptación, y por desagradables que sean, han venido cargados con la esperanza de un futuro mejor. Todas mis decepciones sólo han sido la constatación flagrante de que hubo una ilusión previa, y que, por tanto, habrá siempre una ilusión posterior. Y las cicatrices, bueno, son el recuerdo constante de que siempre encuentro algo que merece la pena amar, y por lo que merece la pena sufrir. Si este año he de agradecer algo más allá del inmenso amor con el que me rodean las personas que me quieren, es el conocimiento de que por duras que sean las circunstancias o por dolorosas que sean las pérdidas, soy capaz de rehacerme siempre, y en cada nuevo renacimiento, obtengo una versión un poco mejor.
Por tanto, no tengo nada que reprocharle al año que se va, ni tengo nada que exigirle el año que viene. No espero un camino de rosas, ni un paseo por el infierno. Espero llorar de pena y de alegría; espero celebrar victorias y lamentar derrotas; que mis seres queridos me consuelen cuando lo necesite, pero también que celebren conmigo lo obtenido; espero ganar muchas más veces de las que pierda, y perder siempre con la cabeza alta y la dignidad intacta; espero no hacer daño, y si lo hago, que las consecuencias no sean más severas de lo necesaria; espero rehacerme de todo el daño que reciba, y que éste no deje después ningún rencor duradero; espero disfrutar de todo lo bueno que esté al alcance de mi mano, y no amargarme por aquello que no lo esté; espero hacer que mis seres queridos sepan cuanto les quiero, porque el amor necesita ser reconocido para ser pleno; espero no renunciar a ninguna lucha que sea digna de mi esfuerzo; espero que en cada obstáculo que me presente el año, mi valor sea siempre más fuerte que mi miedo. En resumen: espero vivir. ¿Es que acaso se puede esperar algo mejor?
domingo, 31 de diciembre de 2017
domingo, 27 de agosto de 2017
Ave atque vale
Estimada Parca:
En tu última visita, te has vuelto a llevar algo que era mío. En ese momento, ocupada en hacer tu trabajo, no te diste cuenta. Tenías toda tu atención puesta en recoger con mimo a la maravillosa alma que se marchaba de mi lado. Si te soy sincera, tampoco yo me percaté. Como tú, mi atención se centraba en la peluda protagonista.
No voy a describir la triste escena, puesto que la presenciaste. Teniendo el trabajo que tienes, me imagino que aquella representación sólo fue uno de los posibles escenarios que ves constantemente. Y aunque no fue, no podría serlo, hermoso, soy consciente de que los hay peores. Después de todo, estamos condenados a enfrentarnos a ese último trámite, por lo que hacerlo rodeado de seres queridos no me parece el peor de los finales.
Tampoco es mi intención reprocharte que cumplieras con tu obligación. Sé que su tiempo se agotaba. De hecho, estoy convencida de que debías llevártela antes de lo que lo hiciste. Pero alguien, ahí arriba, debió compadecerse y nos concedió una pequeña prórroga para hacernos a la idea. ¡Y vaya si la aprovechamos! ¡Y vaya si nos ha servido! Porque aunque el resultado sea el mismo, aunque nada ni nadie pueda evitar el dolor, ni la ausencia, guardaremos siempre en nuestro corazón esas últimas semanas. Yo, por mi parte, estoy en deuda con quien me permitió despedirme de ella así, porque he comprendido que es muy importante despedirse bien de los seres queridos.
Así pues, quizás te preguntes por qué vengo hoy a recriminarte que te la llevaras. Quizás pienses que eso es lo que me has quitado. Y quizás, por una vez, te equivoques. Primero, porque no es un reproche. Segundo, porque no hablo de ella. Es cierto que te la llevaste, pero ¿acaso podías hacer otra cosa? Todos tenemos un tiempo, y yo he aprendido a fuerza de dolor, que no hay nada que pueda hacer para cambiar eso. Tú lo sabes, porque en este último año, no es la única visita que me has hecho, ni el único ser querido que te llevas.
No te recrimino nada, te doy las gracias por ayudarme a comprender. La vez anterior no pude hacerlo. Es muy difícil pensar cuando el simple hecho de seguir existiendo es un suplicio. Esta vez estaba más preparada. Por el tiempo de descuento, pero también por la experiencia adquirida. Es cierto que lo que no te mata, te hace más fuerte, y es mentira que el tiempo todo lo cura. Pero lo que sí hace es enseñarte a convivir con las heridas. Y eso también te hace más fuerte, porque no se requiere la misma fortaleza para vivir sin dolor que con él. Así que en esta ocasión, un poco más dueña de mí misma, he podido apreciar la delicadeza con la que se nos trataba tanto a ella como a los que la queríamos.
¿Qué es, entonces, lo que te has llevado que me pertenecía? Es muy sencillo. Parece que cuando uno ama, a alguien o a algo, el objeto de ese amor es propiedad del que ama. Pero es al revés. Cuando amas, tú te conviertes en propiedad del objeto de tu amor. Por eso no puedes dañarlo, ni ser egoísta. Por eso te sacrificas y su felicidad o su bienestar es la tuya. Así pues, queriéndola sinceramente como la quise, le di una parte de mí. Y al llevártela, también te has llevado esa parte, puesto que la sigo queriendo. Eso me has quitado, aunque no debías, porque yo sigo aquí.
Y ahí, querida parca, está mi única victoria en una guerra de la que no saldré con vida. Yo sigo aquí, queriéndola. Queriéndolos. Y mientras mi tiempo sea mío, mientras no sea yo la que tenga una cita contigo, eso no cambiará. Acepto que voy a ver marcharse a muchos seres queridos. Que habrá muchas heridas con las que tendré que aprender a vivir. Que moriré un poco con cada despedida, porque todos tienen un trocito mío. Pero ellos seguirán viviendo, puesto que yo tengo el trocito que quisieron darme. Eso, esta vez y todas, es más que suficiente para mantenerme luchando.
No obstante, eso no es óbice para que me duela que te hayas llevado a Ami. Por desgracia, me duele hasta el punto de que las palabras no me bastan para expresarlo. No hay un orden adecuado que pueda esbozar la magnitud del vacío que ha dejado en mi vida. Sólo puedo decir que la quiero, que la querré todos los días que me queden por delante, y que la echaré de menos cada uno de ellos. Pero no es este un dolor sin esperanza o sin consuelo. Tengo dos consuelos y una esperanza. Mi primer consuelo es que ella es. Porque el alma que miraba detrás de mis ojos vio con frecuencia al alma que miraba a través de los suyos. Por tanto, la ausencia no me convencerá de que, sea donde sea, ella es. Mi segundo consuelo es que ella me quería, y por tanto, me dio un trocito suyo. A mí no me importa si no es el más grande o el más importante. Me basta con que es suyo, y lo tengo yo. Eso me basta para tener ganas de aprovechar mi tiempo.
Mi esperanza es que un día, cuando en tu agenda aparezca mi número el primero y vengas a recogerme, me llevarás ante Él. Y si, a través de las acciones de este cuerpo, soy hallada digna, me permitirán vivir en el único paraíso que puedo concebir: aquél donde estén mis seres queridos. Entonces, dama de la guadaña, habré ganado la única guerra que importa, puesto que mientras tu recompensa será un cascarón vacío, la mía será una eternidad rodeada de amor. Dime, ¿no te cambiarías por mí? Mejor, ¿no te cambiarías por Ami? Porque no me cabe duda de que ella se lo ha ganado, y allá donde esté, me espera pacientemente, como tantos días. Para ella, es sólo una espera más detrás de una puerta diferente. Me la imagino sosegada, con la tranquilidad que le da el convencimiento de que nunca ha habido obstáculo que me impidiera llegar a ella. Créeme, ganará. Esta puerta también la abriré.
Hasta entonces, pequeña Ami, ave atque vale.
En tu última visita, te has vuelto a llevar algo que era mío. En ese momento, ocupada en hacer tu trabajo, no te diste cuenta. Tenías toda tu atención puesta en recoger con mimo a la maravillosa alma que se marchaba de mi lado. Si te soy sincera, tampoco yo me percaté. Como tú, mi atención se centraba en la peluda protagonista.
No voy a describir la triste escena, puesto que la presenciaste. Teniendo el trabajo que tienes, me imagino que aquella representación sólo fue uno de los posibles escenarios que ves constantemente. Y aunque no fue, no podría serlo, hermoso, soy consciente de que los hay peores. Después de todo, estamos condenados a enfrentarnos a ese último trámite, por lo que hacerlo rodeado de seres queridos no me parece el peor de los finales.
Tampoco es mi intención reprocharte que cumplieras con tu obligación. Sé que su tiempo se agotaba. De hecho, estoy convencida de que debías llevártela antes de lo que lo hiciste. Pero alguien, ahí arriba, debió compadecerse y nos concedió una pequeña prórroga para hacernos a la idea. ¡Y vaya si la aprovechamos! ¡Y vaya si nos ha servido! Porque aunque el resultado sea el mismo, aunque nada ni nadie pueda evitar el dolor, ni la ausencia, guardaremos siempre en nuestro corazón esas últimas semanas. Yo, por mi parte, estoy en deuda con quien me permitió despedirme de ella así, porque he comprendido que es muy importante despedirse bien de los seres queridos.
Así pues, quizás te preguntes por qué vengo hoy a recriminarte que te la llevaras. Quizás pienses que eso es lo que me has quitado. Y quizás, por una vez, te equivoques. Primero, porque no es un reproche. Segundo, porque no hablo de ella. Es cierto que te la llevaste, pero ¿acaso podías hacer otra cosa? Todos tenemos un tiempo, y yo he aprendido a fuerza de dolor, que no hay nada que pueda hacer para cambiar eso. Tú lo sabes, porque en este último año, no es la única visita que me has hecho, ni el único ser querido que te llevas.
No te recrimino nada, te doy las gracias por ayudarme a comprender. La vez anterior no pude hacerlo. Es muy difícil pensar cuando el simple hecho de seguir existiendo es un suplicio. Esta vez estaba más preparada. Por el tiempo de descuento, pero también por la experiencia adquirida. Es cierto que lo que no te mata, te hace más fuerte, y es mentira que el tiempo todo lo cura. Pero lo que sí hace es enseñarte a convivir con las heridas. Y eso también te hace más fuerte, porque no se requiere la misma fortaleza para vivir sin dolor que con él. Así que en esta ocasión, un poco más dueña de mí misma, he podido apreciar la delicadeza con la que se nos trataba tanto a ella como a los que la queríamos.
¿Qué es, entonces, lo que te has llevado que me pertenecía? Es muy sencillo. Parece que cuando uno ama, a alguien o a algo, el objeto de ese amor es propiedad del que ama. Pero es al revés. Cuando amas, tú te conviertes en propiedad del objeto de tu amor. Por eso no puedes dañarlo, ni ser egoísta. Por eso te sacrificas y su felicidad o su bienestar es la tuya. Así pues, queriéndola sinceramente como la quise, le di una parte de mí. Y al llevártela, también te has llevado esa parte, puesto que la sigo queriendo. Eso me has quitado, aunque no debías, porque yo sigo aquí.
Y ahí, querida parca, está mi única victoria en una guerra de la que no saldré con vida. Yo sigo aquí, queriéndola. Queriéndolos. Y mientras mi tiempo sea mío, mientras no sea yo la que tenga una cita contigo, eso no cambiará. Acepto que voy a ver marcharse a muchos seres queridos. Que habrá muchas heridas con las que tendré que aprender a vivir. Que moriré un poco con cada despedida, porque todos tienen un trocito mío. Pero ellos seguirán viviendo, puesto que yo tengo el trocito que quisieron darme. Eso, esta vez y todas, es más que suficiente para mantenerme luchando.
No obstante, eso no es óbice para que me duela que te hayas llevado a Ami. Por desgracia, me duele hasta el punto de que las palabras no me bastan para expresarlo. No hay un orden adecuado que pueda esbozar la magnitud del vacío que ha dejado en mi vida. Sólo puedo decir que la quiero, que la querré todos los días que me queden por delante, y que la echaré de menos cada uno de ellos. Pero no es este un dolor sin esperanza o sin consuelo. Tengo dos consuelos y una esperanza. Mi primer consuelo es que ella es. Porque el alma que miraba detrás de mis ojos vio con frecuencia al alma que miraba a través de los suyos. Por tanto, la ausencia no me convencerá de que, sea donde sea, ella es. Mi segundo consuelo es que ella me quería, y por tanto, me dio un trocito suyo. A mí no me importa si no es el más grande o el más importante. Me basta con que es suyo, y lo tengo yo. Eso me basta para tener ganas de aprovechar mi tiempo.
Mi esperanza es que un día, cuando en tu agenda aparezca mi número el primero y vengas a recogerme, me llevarás ante Él. Y si, a través de las acciones de este cuerpo, soy hallada digna, me permitirán vivir en el único paraíso que puedo concebir: aquél donde estén mis seres queridos. Entonces, dama de la guadaña, habré ganado la única guerra que importa, puesto que mientras tu recompensa será un cascarón vacío, la mía será una eternidad rodeada de amor. Dime, ¿no te cambiarías por mí? Mejor, ¿no te cambiarías por Ami? Porque no me cabe duda de que ella se lo ha ganado, y allá donde esté, me espera pacientemente, como tantos días. Para ella, es sólo una espera más detrás de una puerta diferente. Me la imagino sosegada, con la tranquilidad que le da el convencimiento de que nunca ha habido obstáculo que me impidiera llegar a ella. Créeme, ganará. Esta puerta también la abriré.
Hasta entonces, pequeña Ami, ave atque vale.
miércoles, 14 de junio de 2017
Echeverría
Ignacio Echeverría fue un héroe. ¿Qué importa que tratara de auxiliar a una mujer apuñalada o a un policía londinense abatido? Lo que a mí me importa es que en un momento de máxima tensión, cuando el instinto animal que vive en nosotros nos impone huir y ponernos a salvo, él hizo frente a los agresores para ayudar a otro ser humano.
Durante días así lo han manifestado los medios y las diferentes personalidades políticas, pasando por personajes destacados de la cultura y el mundo del deporte. Durante días se ha admirado a Echeverría como digno heredero de la raza española, de aquellos que hicieron que, durante años, nuestra Armada fuera Invencible, de aquellos que conquistaron tierras hasta ponernos como la primera potencia mundial, de aquellos que vivían bajo dominios donde nunca se ponía el Sol.
Yo comparto esta opinión, que nadie me malinterprete, pero cuando se la escucho a un político español, me deja mal sabor de boca. ¿Por qué? Muy fácil. Echeverría, al que todos califican como una persona decente, cercana, dispuesta siempre a ayudar, coherente, pacífica y cabal, cuando estaban apuñalando a personas a su alrededor provocándoles una muerte dolorosa y atroz, cogió lo único que tenía a mano y lo usó como arma contra los agresores. No se paró a dialogar, ni intentó convencerles mediante argumentos para que parasen tamaña barbarie. Respondió al fuego inmisericorde del que está dispuesto a matar, con su propio fuego. Lamentablemente, no fue suficiente, y perdió la vida.
¿Qué hacen los políticos a lo largo de todo el mundo? Hablar. Mencionan palabras como diálogo, solución pacífica o tolerancia religiosa, y en diferentes partes del mundo siguen muriendo personas de manera indiscriminada porque unos fanáticos, abastecidos por el dinero de los países musulmanes ricos, no saben vivir otra vida que no implique eliminar la de aquellos que viven de formas diferentes a ellos. Fanáticos incultos, sí, pero no desorganizados, porque la inteligencia la ponen aquellos que ponen el dinero, que cómodamente y sin mancharse las manos de manera directa, han montado una estrategia de expansión colonial que les está funcionando muy bien.
Cada día estoy más convencida de que Europa, la nueva Europa, está dejándose desangrar voluntariamente por cobardía, estupidez y falta de cultura. ¿Y qué si nuestra historia está regada de sangre? ¿No lo están todas? ¿Quién se hizo grande, quién conquistó, sin derramar ni una gota o quitar y pagar con vidas? Todas las grandes civilizaciones han tenido que luchar para ser lo que fueron. No nacieron grandes, ni fértiles, ni cultas. Les costó muchas guerras y muchas vidas conquistar primero para pacificar después. Y es en esa paz posterior, cuando está claro quién es más fuerte, donde se puede sembrar, y por eso germinó la medicina, la retórica, la agricultura, la industria… No nacieron de la nada, sino de campos regados con sangre y vidas.
Pero Europa se ha olvidado de lo que tuvo que luchar para ser lo que es. Se ha olvidado de que la democracia es un instrumento que sólo sirve si ambas partes aceptan las reglas del juego. Ha olvidado que la tolerancia es una vía de doble sentido, y que no es intolerante defenderte de quien te agrede porque no acepta tus opciones. Europa se ha vestido de complejos, y para que no piensen que falta al respeto de los musulmanes, decide faltarles el respeto a los europeos. A Europa le da miedo decir que estamos inmersos en una guerra religiosa, como si obviar la verdad transformara la realidad en la cómoda mentira que prefieren. Pero, ¿de qué sirve negarlo? ¿Para dejar que nos eliminen uno a uno donde y cuando quieran? Los dirigentes europeos, con España a la cabeza, deben admitir la cruda realidad: nos han declarado la guerra, y es por religión. En esta primera fase, los ricos se limitan a nutrir de dinero y armas a los guerrilleros para que hagan una campaña de desgaste, o lo que es lo mismo, estamos en la fase de “guerra de guerrillas”. Ataques pequeños y medianos en puntos determinados buscando debilitar al enemigo, confundirlo e inspirarle temor. ¿Por qué? Porque es mucho más fácil defenderse de un ataque en masa que detectar pequeños individuos que cuentan con una gran red de apoyo. A las pruebas me remito. Lo que los dirigentes no quieren ver es que esto es sólo una fase. Cuando estemos tan débiles que no podamos oponer una resistencia seria, nos masacrarán en masa con todo lo que tengan. Porque ellos, los países árabes ricos, no están perdiendo nada. No hay atentados en esos países, ni refugiados que esquilmen su economía, ni mojigatos que prefieran morir a matar. Ellos se hacen cada vez más ricos y nosotros perdemos cada vez más dinero y más sangre en una guerra en la que no reconocemos estar.
Por eso me molesta mucho que se llenen la boca diciendo que Echeverría fue un héroe. Porque por culpa de su parsimonia, de su ineficacia y de su cobardía, mueren personas inocentes plantando cara al monstruo que no quieren detener. Y no quiero oír comentarios puristas de que en las guerras mueren inocentes. ¿Es que no están muriendo ya? ¿No era inocente Echeverría? ¿Ni las demás personas que murieron en ese ataque? ¿No eran inocentes las víctimas del atentado en Manchester? ¿Las de París? La lista es larga. Y sí, obvio los inocentes en países árabes. ¿Por qué? Porque los están masacrando los mismos terroristas que no están matando a nosotros y no son capaces de levantarse contra ellos.
Europa debe despertarse, y debe hacerlo pronto, porque por mucho que hayamos convertido el diálogo en la primera y más válida opción para la resolución de conflictos, debemos reconocer que no sirve en un conflicto donde no se puede razonar con el enemigo. Si mi adversario está dispuesto a morir matando, yo estoy dispuesta a matar para vivir. Porque no es violencia injustificada la que se usa para defender la propia vida de otro ataque. Y porque, casualmente, en esta no reconocida guerra de religión, resulta que los asesinos matan por religión. Porque su religión les permite tener a millones de personas pasando hambre, frío, sin libertad, ni acceso a la cultura… Porque su religión es intolerante, y proclama, entre otras perlas, que se debe matar a los infieles, y ellos, que en realidad no reconocen más religión que sus intereses, ni más Dios que su propia persona, se valen de ella para obtener lo que desean, sin importar el precio que deban pagar los demás.
Si Echeverría hubiera matado a todos y cada uno de los terroristas, quizás no lo llamarían héroe. Quizás hablarían del uso desmedido de la fuerza. A mí me hubiera gustado más ese escenario. Porque su vida valía mucho más que la de todos los terroristas juntos. Porque su humanidad primó sobre su instinto de supervivencia, y su lógica sobre absurdos complejos. Porque con su acción, honró a España y a todos los españoles. Porque su pérdida hace del mundo un lugar más triste, como pasa siempre que se va una buena persona. Por todo eso, espero que allá donde esté, lo hayan recibido como se merece. Pero también espero que no tengan que recibir a más como él. Espero que la única sangre europea y, especialmente, española, que se derrame a partir de ahora por esta causa sea porque han decidido exterminar a todos los terroristas y a sus proveedores, hasta que no quede de ellos ni el polvo de los huesos. Espero que la vida de las personas tolerantes se ponga por delante de las que matan por intolerancia. Espero que Europa, y España, recuerden lo que son, y en lugar de avergonzarse, saquen pecho y se defiendan. Como Echeverría.
Durante días así lo han manifestado los medios y las diferentes personalidades políticas, pasando por personajes destacados de la cultura y el mundo del deporte. Durante días se ha admirado a Echeverría como digno heredero de la raza española, de aquellos que hicieron que, durante años, nuestra Armada fuera Invencible, de aquellos que conquistaron tierras hasta ponernos como la primera potencia mundial, de aquellos que vivían bajo dominios donde nunca se ponía el Sol.
Yo comparto esta opinión, que nadie me malinterprete, pero cuando se la escucho a un político español, me deja mal sabor de boca. ¿Por qué? Muy fácil. Echeverría, al que todos califican como una persona decente, cercana, dispuesta siempre a ayudar, coherente, pacífica y cabal, cuando estaban apuñalando a personas a su alrededor provocándoles una muerte dolorosa y atroz, cogió lo único que tenía a mano y lo usó como arma contra los agresores. No se paró a dialogar, ni intentó convencerles mediante argumentos para que parasen tamaña barbarie. Respondió al fuego inmisericorde del que está dispuesto a matar, con su propio fuego. Lamentablemente, no fue suficiente, y perdió la vida.
¿Qué hacen los políticos a lo largo de todo el mundo? Hablar. Mencionan palabras como diálogo, solución pacífica o tolerancia religiosa, y en diferentes partes del mundo siguen muriendo personas de manera indiscriminada porque unos fanáticos, abastecidos por el dinero de los países musulmanes ricos, no saben vivir otra vida que no implique eliminar la de aquellos que viven de formas diferentes a ellos. Fanáticos incultos, sí, pero no desorganizados, porque la inteligencia la ponen aquellos que ponen el dinero, que cómodamente y sin mancharse las manos de manera directa, han montado una estrategia de expansión colonial que les está funcionando muy bien.
Cada día estoy más convencida de que Europa, la nueva Europa, está dejándose desangrar voluntariamente por cobardía, estupidez y falta de cultura. ¿Y qué si nuestra historia está regada de sangre? ¿No lo están todas? ¿Quién se hizo grande, quién conquistó, sin derramar ni una gota o quitar y pagar con vidas? Todas las grandes civilizaciones han tenido que luchar para ser lo que fueron. No nacieron grandes, ni fértiles, ni cultas. Les costó muchas guerras y muchas vidas conquistar primero para pacificar después. Y es en esa paz posterior, cuando está claro quién es más fuerte, donde se puede sembrar, y por eso germinó la medicina, la retórica, la agricultura, la industria… No nacieron de la nada, sino de campos regados con sangre y vidas.
Pero Europa se ha olvidado de lo que tuvo que luchar para ser lo que es. Se ha olvidado de que la democracia es un instrumento que sólo sirve si ambas partes aceptan las reglas del juego. Ha olvidado que la tolerancia es una vía de doble sentido, y que no es intolerante defenderte de quien te agrede porque no acepta tus opciones. Europa se ha vestido de complejos, y para que no piensen que falta al respeto de los musulmanes, decide faltarles el respeto a los europeos. A Europa le da miedo decir que estamos inmersos en una guerra religiosa, como si obviar la verdad transformara la realidad en la cómoda mentira que prefieren. Pero, ¿de qué sirve negarlo? ¿Para dejar que nos eliminen uno a uno donde y cuando quieran? Los dirigentes europeos, con España a la cabeza, deben admitir la cruda realidad: nos han declarado la guerra, y es por religión. En esta primera fase, los ricos se limitan a nutrir de dinero y armas a los guerrilleros para que hagan una campaña de desgaste, o lo que es lo mismo, estamos en la fase de “guerra de guerrillas”. Ataques pequeños y medianos en puntos determinados buscando debilitar al enemigo, confundirlo e inspirarle temor. ¿Por qué? Porque es mucho más fácil defenderse de un ataque en masa que detectar pequeños individuos que cuentan con una gran red de apoyo. A las pruebas me remito. Lo que los dirigentes no quieren ver es que esto es sólo una fase. Cuando estemos tan débiles que no podamos oponer una resistencia seria, nos masacrarán en masa con todo lo que tengan. Porque ellos, los países árabes ricos, no están perdiendo nada. No hay atentados en esos países, ni refugiados que esquilmen su economía, ni mojigatos que prefieran morir a matar. Ellos se hacen cada vez más ricos y nosotros perdemos cada vez más dinero y más sangre en una guerra en la que no reconocemos estar.
Por eso me molesta mucho que se llenen la boca diciendo que Echeverría fue un héroe. Porque por culpa de su parsimonia, de su ineficacia y de su cobardía, mueren personas inocentes plantando cara al monstruo que no quieren detener. Y no quiero oír comentarios puristas de que en las guerras mueren inocentes. ¿Es que no están muriendo ya? ¿No era inocente Echeverría? ¿Ni las demás personas que murieron en ese ataque? ¿No eran inocentes las víctimas del atentado en Manchester? ¿Las de París? La lista es larga. Y sí, obvio los inocentes en países árabes. ¿Por qué? Porque los están masacrando los mismos terroristas que no están matando a nosotros y no son capaces de levantarse contra ellos.
Europa debe despertarse, y debe hacerlo pronto, porque por mucho que hayamos convertido el diálogo en la primera y más válida opción para la resolución de conflictos, debemos reconocer que no sirve en un conflicto donde no se puede razonar con el enemigo. Si mi adversario está dispuesto a morir matando, yo estoy dispuesta a matar para vivir. Porque no es violencia injustificada la que se usa para defender la propia vida de otro ataque. Y porque, casualmente, en esta no reconocida guerra de religión, resulta que los asesinos matan por religión. Porque su religión les permite tener a millones de personas pasando hambre, frío, sin libertad, ni acceso a la cultura… Porque su religión es intolerante, y proclama, entre otras perlas, que se debe matar a los infieles, y ellos, que en realidad no reconocen más religión que sus intereses, ni más Dios que su propia persona, se valen de ella para obtener lo que desean, sin importar el precio que deban pagar los demás.
Si Echeverría hubiera matado a todos y cada uno de los terroristas, quizás no lo llamarían héroe. Quizás hablarían del uso desmedido de la fuerza. A mí me hubiera gustado más ese escenario. Porque su vida valía mucho más que la de todos los terroristas juntos. Porque su humanidad primó sobre su instinto de supervivencia, y su lógica sobre absurdos complejos. Porque con su acción, honró a España y a todos los españoles. Porque su pérdida hace del mundo un lugar más triste, como pasa siempre que se va una buena persona. Por todo eso, espero que allá donde esté, lo hayan recibido como se merece. Pero también espero que no tengan que recibir a más como él. Espero que la única sangre europea y, especialmente, española, que se derrame a partir de ahora por esta causa sea porque han decidido exterminar a todos los terroristas y a sus proveedores, hasta que no quede de ellos ni el polvo de los huesos. Espero que la vida de las personas tolerantes se ponga por delante de las que matan por intolerancia. Espero que Europa, y España, recuerden lo que son, y en lugar de avergonzarse, saquen pecho y se defiendan. Como Echeverría.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)