sábado, 5 de septiembre de 2015

Hasta pronto

He tenido la inmensa suerte de empezar a opositar, prácticamente, a la vez que mi mejor amiga. Y digo que es una suerte, porque todo opositor sabe que hay cosas que sólo comprende otro opositor. Ningún otro amigo va a entender que le digas que no puedes quedar por veinteava vez consecutiva porque estás pillado de tiempo con el temario. Tampoco van a comprender la magnitud del drama que suponen las modificaciones legislativas. Nadie en su sano juicio te va a cambiar una tarde de terracita por una de biblioteca sin un reproche. Y es lógico que sea así. Yo tampoco entendía plenamente lo que significaba ser opositor. Es una de esas cosas que sólo puedes saber cuando pasas por ella. Por eso, me reafirmo: he tenido la inmensa suerte de compartir esta experiencia con ella.

Pero la experiencia ha terminado, porque ella ha conseguido lo que todo opositor desea: una plaza fija. Nadie se la ha regalado. Yo la he visto, mes tras mes, esforzarse física y mentalmente hasta límites impensables. La he visto en sus momentos altos, cuando repetía el temario como si lo hubiera escrito ella, y la he visto en sus momentos bajos, cuando pensaba que no sería capaz. La he visto mejorar día tras día, manteniendo a pesar de todo una fe inquebrantable en que ése, y no otro, era su camino. La he visto ser fuerte cuando estaba cansada, y mantenerse firme cuando la quería vencer el desánimo. Por último, la vi en éxtasis cuando obtuvo su recompensa. O, mejor dicho, cuando le dijeron que la iba a obtener, porque en este camino sólo ha empezado a cosechar los frutos de un trabajo bien hecho.

Hoy, la veré en otra faceta nueva: la veré decirme adiós. No es una despedida definitiva, por supuesto. Pero será la primera vez que no vivamos en la misma ciudad desde que somos amigas. Cuántas tardes nos hemos llamado para vernos un rato, colapsadas del estudio, la familia, el desempleo… Cuántas veces ha sido el oasis de mis desiertos. Cuántas veces la voz que me animaba, y cuántas la que me ponía el punto sobre la i. Cuántas veces ha significado la confirmación de la famosa frase de Aristóteles, esa que dice que “la amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”.

No, no me resulta fácil despedirme del trocito de mí que se lleva consigo, a pesar de la inmensa alegría que siento por ella. No obstante, no cambiaría nada. Si pudiera elegir, hoy estaría justo donde estoy. Porque cualquier otro camino que no la incluya, no merecería la pena. Así que bien vale la tristeza y las lágrimas de hoy, y de los días que vengan después. Porque aún con eso, tengo el gran consuelo de haber encontrado a una persona que no sólo me acepta tal como soy, sino que a veces me hace sentir su sincera admiración. Una persona que me escucha siempre, pero nunca me juzga. Una persona con la que llorar sin vergüenza, y reír sin motivo. Una persona que es capaz de decirme que no me compre unos pantalones porque se me ven demasiado apretados, sin hacerme sentir un adefesio. ¿Parece extraordinaria, verdad? Lo es. Y eso sin contar su increíble habilidad para probarse tres prendas de ropa mientras yo aún me estoy colocando la primera.

Querida amiga, quería despedirme bien de ti, pero me temo que no lo he conseguido. No puedo encerrar en palabras todo lo que significas para mí. Decirte que te voy a echar muchísimo de menos, pero que será un privilegio hacerlo, no resulta suficiente. Así que, a falta de otras mejores, quédate con éstas: lejos, pero nunca solas. Te quiero.

1 comentario:

  1. No tengo palabras. Nunca me arrepentiré de apuntarme en aquella piscina y encontrar a una persona tan increíble,con la que puedo ser realmente yo, la que me centra, la que me tranquiliza, te voy a echar muchos de menos. Lejos pero nunca solas, te quiero Raquel

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